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Gregario en el Naranco: ¿hay vida después del ciclismo?

El exciclista Charly Wegelius narra en un libro autobiográfico la desventura vivida en el monte ovetense

Mientras el pasado Tour de Francia transcurría sin grandes atractivos, un buen amigo me ha regalado un libro de ciclismo; no es el primero que me regala sobre la materia, sabedor de nuestra común afición por ese deporte, pero seguramente sí uno de los que más poso de amargura me deja como aficionado. Se trata de una autobiografía deportiva y humana de Charly Wegelius, que llegó al profesionalismo como el ciclista británico más prometedor de finales de los noventa y al que fichó el mejor equipo del momento, el Mapei, que poco antes había sido Clas-Mapei, el gran equipo asturiano de los éxitos de Rominger en los primeros años de aquella década, luego fusionado con esa marca italiana.

Es un relato con escasas concesiones literarias y algunos exabruptos. Uno de ellos cierra la narración y reza así: "el ciclismo profesional no es un puto cuento de hadas". Básicamente narra el tránsito por el profesionalismo de un ciclista que va descubriendo que su oficio es el de "gregario", un adjetivo que, como se sabe, en el uso ciclista ha pasado a sustantivarse con el significado de "corredor encargado de ayudar al cabeza de equipo". Y así se titula la versión castellana del libro cuyo título original es Domestique.

La obra ofrece una descarnada crónica de la vida deportiva de este ciclista profesional, actual director en un equipo de la máxima categoría mundial y que durante "once largos años" desempeñó ese oficio de "soldado de infantería del ciclismo", como él mismo dice en el texto, redactado con la colaboración del escritor y también exciclista Tom Southam. No cuenta éxitos deportivos profesionales, porque no los tuvo, ni tampoco turbulentas historias sobre dopaje y otros asuntos escabrosos que en esa época fueron frecuentes en el ciclismo profesional. En el prólogo dice que al redactar el libro ha protegido a unos por deuda de amabilidad y a otros por consejo de sus abogados. Lo que narra es el sacrificio del deportista que no conoce la recompensa del éxito ni la popularidad, sino sólo el oficio de gregario.

El caso es que ya me advirtió mi buen amigo de que, hacia el final del libro, iba a caer en la cuenta de conocer más de lo que pensaba al tal Wegelius, pese a que en ese momento su nombre me sonaba muy vagamente y no recordaba que fuese un ciclista de relieve. En efecto, en el capítulo final narra la desventura sufrida en la cima del Naranco en la última etapa de la Vuelta a Asturias 2011, cuando realizando su oficio en el modesto equipo en que acabó su carrera profesional, descubrió que toda su vida de gregario era un autoengaño y que él también quería ganar al menos una carrera que diera sentido a tantos años de sacrificio. Y ese día, subiendo las rampas del monte ovetense, llegó a olvidarse de su líder y creyó que por fin iba a lograrlo, hasta que a unos metros de la meta el sueño se desvaneció.

Leyendo el libro caí en la cuenta de que -como buen aficionado- ese día yo había estado siguiendo la etapa en varios puntos del recorrido y que para la fase decisiva fui a situarme poco después de la curva de San Miguel de Lillo, donde arranca la parte dura y definitiva de la subida al Naranco. Y revisando las fotos que disparé y guardo encontré a un ciclista con gesto crispado tirando de su jefe de filas y del resto de un grupo al que acabaría descolgando. Sin saberlo, había fotografiado a Wegelius en el trance del Naranco que él narra, pero en esa foto yo no había visto hasta ahora más que al anónimo gregario, del que ni recordaba el nombre ni que ese día acabó tercero en la etapa.

Como frontispicio del libro emplea en latín la frase de Erasmo "Dulce bellum inexpertis" ("la guerra es dulce para los que no combaten"). Puede interpretarse como una advertencia de que ese espectáculo que a los aficionados nos provoca admiración, arrastra consigo miserias inimaginables para el que lo observa desde afuera. Tras leer el libro me preguntaba cómo era posible que Wegelius continuase ligado al ciclismo que tanto llegó a aborrecer. Quizás la razón sea que, como reconoce en el texto, al final "odiaba el ciclismo porque no estaba seguro de si en verdad podía vivir sin él" (p. 265). Prefiero sugerir otra respuesta, algo más esperanzadora, y es que el equipo en el que ahora trabaja como director, el Cannondale-Drapac, hace gala de una filosofía de desarrollo sostenible del deportista, al que pretende facilitar una preparación también para la vida después del ciclismo.

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