La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Las mulas de Mario y la felicidad

Del buen momento de Luis Enrique y Zidane y el extraño runrún existente alrededor de Simeone después de dos empates

Los soldados romanos ganaban batallas gracias a su disciplina, preparación, armamento y, también, gracias a las "caligae", las sandalias de cuero que, como dice el historiador Eric Teyssier, eran el "jeep" de los legionarios de Roma. Las suelas de las "caligae", tachonadas con clavos, eran muy resistentes (todavía hoy los arqueólogos las encuentran en los campamentos legionarios) y no resbalaban ni siquiera en un lodazal, algo muy importante cuando hay que hacer frente a la carga de un enemigo. Un moderno equipo de fútbol del montón podría derrotar a la selección de Brasil de Pelé gracias a su orden, mejor preparación, ventajas tácticas y, claro, unas botas que mejoran los viejos modelos como las "caligae" de los romanos mejoraban el calzado (o ausencia del mismo) de los bárbaros. Las botas de fútbol ya no significan una ventaja porque todos los equipos disponen de las mejores "caligae" del mercado, así que hay que buscar la diferencia en el talento (que se puede comprar con mucho dinero) y en algo que ya entendió el general romano Mario cuando obligó a sus soldados a endurecerse y cargar con su propio equipamiento.

Cada legionario de Mario cargaba con sus armas, herramientas, comida y caldero, un equipamiento que se acercaba a los cuarenta kilos. Sin embargo, este enorme esfuerzo de los soldados permitía que las legiones avanzaran más ligeras, ya que podían prescindir de carros y mulos (de ahí que los legionarios recibieran el apodo de "mulas de Mario"), y además el durísimo entrenamiento y el ejemplo de su general, que no se concedía lujos especiales, les permitía realizar largas marchas en un silencio muy poco quejica. Así se entiende la obsesión de los entrenadores por los entrenamientos duros, por imponer la disciplina a sus futbolistas y por evitar en lo posible la ayuda de carros y mulos en los campos de entrenamiento. Esto se puede conseguir de muchas maneras, pero la mejor es la que representan los tres grandes generales de nuestra Liga: Luis Enrique, Zidane y Simeone. Los tres fueron jugadores de primer o primerísimo nivel, y aún son capaces de participar en un entrenamiento con la misma intensidad y ganas que deben mostrar sus jugadores. Como sabía el general Mario, el respeto de los legionarios se gana cada día, y el esfuerzo y la obediencia de las órdenes son compensados con el dulce sabor de la victoria. ¿Por qué el nombre de Luis Enrique es coreado por la afición del Camp Nou? Porque el Barça gana títulos sin parar. ¿Por qué Zidane sigue siendo entrenador del Real Madrid? Porque su equipo ganó la Liga de Campeones, y así ni Ronaldo se atreve a toser sin su permiso. ¿Por qué hay un extraño runrún alrededor de Simeone, el general Mario de los colchoneros? Porque el Atlético de Madrid no ganó ningún título la temporada pasada y en esta sólo ha logrado dos empates. Se puede conseguir que un futbolista de Primera División se comporte como una mula de Mario, pero a condición de que al final del camino esté la victoria. Si no, ¿para qué cargar con cuarenta kilos de impedimenta?

Quizás el punto débil de los modernos legionarios está no en el campo de entrenamiento ni el terreno de juego, sino en las declaraciones en el inicio de la temporada. Casi todos los futbolistas que llegan a su nuevo equipo dicen, después de besar el escudo que toque, que quieren ser "felices" y "disfrutar". Pues no. El viejo Kant decía que la felicidad no es directamente un deber, que ajustar las leyes morales a nuestros gustos es destruirlas (ahí está una de las razones por las que Deulofeu no ha tenido una sola oportunidad en el Barça de Luis Enrique), y que querer sacar deberes del egoísmo es lo mismo que querer extraer agua de una piedra pómez. Isco es muy bueno, pero jugar al fútbol como a él le hace feliz no significa necesariamente que su equipo juegue mejor. Los futbolistas deben besar el escudo que les paga, sí, pero también atenerse a su deber (que puede incluir convertirse en una mula de Mario) y apartarse de la felicidad para, de esta manera, hacerse dignos de ella. Cumplir con el deber significa liberarse del enorme peso de la inclinación. A ver si Samir Nasri, que acaba de llegar al Sevilla, entiende esto y lee una biografía del general Mario antes de ponerse a las órdenes de Sampaoli.

Compartir el artículo

stats