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De cabeza

Las maquetas

En contra del parecer general que noté en el ambiente del Oviedo-Mirandés, me vi tranquilo y hasta casi satisfecho

Lo más cerca que estuve de una utopía fue cuando, de crío, iba de paseo con mis padres y nos parábamos a contemplar en un escaparate la maqueta de un edificio de próxima construcción. Me fascinaba ver una casa que podía coger con las manos y, sobre todo, me fascinaban los muñequitos de plástico representando a los viandantes, los arbolitos, los cochecitos... Era tan ideal aquella puesta en escena que cuando se llevaba a cabo, el proyecto perdía encanto para mí. Por entonces pensaba que era lo lógico, tratándose de un niño. Pero fui haciéndome mayor y seguí comprobando que prefería la maqueta a la realidad. Qué se le va a hacer. No es que viva a disgusto con la realidad. Al igual que el resto del personal: la cosa va por rachas. Y en aquellos edificios liliputienses parecía que nada podía ir mal.

Me acordé de todo esto viendo el partido del Oviedo contra el Mirandés bajo un sol, este sí, híperrealista. Me acordé porque, en contra del parecer general que noté en el ambiente: a mitad de camino entre la decepción y el cabreo, me vi a mí mismo tranquilo y hasta casi satisfecho. Enredado como estaba en mis recuerdos infantiles, comprendí de inmediato que lo que me ocurría era que veía al equipo azul como a aquellas maquetas de antaño: con los jugadores aún pequeñitos, las porterías diminutas y el balón como una de esas bolitas de anís que siempre rechazaba del revoltijo de Reyes. De ahí mi felicidad. Posiblemente, para muchos lectores, irritante y provocadora. Nada más lejos de mi intención. Si lo piensan y tienen la paciencia de ponerse en mi lugar, mejorarán su perspectiva de los hechos y disfrutarán de ese tiempo que media entre el proyecto y las primeras excavaciones. El jubilado experto en supervisar obras a lo largo y ancho del municipio me reprochará, condescendiente, que "la obra, chaval, ya empezó hace un buen rato; anda que no nos hemos dejado ya puntos entre tanta ferralla y tanta excavadora". Por respeto, asentiré y no le llevaré la contraria. Las horas de vuelo son las horas de vuelo. Pero no hay duda de que estamos ante una impecable maqueta: el gol es casi gol; el pase es casi pase y el regate, casi regate. La realidad (la escala natural de las cosas) se caracteriza por superar ese "casi" que nos tiene prendidos, como un cordón umbilical, a la infancia.

Imagínense a ese niño que convence a los padres y entran en la oficina de la empresa constructora. "Verá, dirán sus progenitores al encargado (un tipo bien parecido y plantado de pantalones negros e impoluta camisa blanca), es que al crío le haría mucha ilusión ver de cerca las casitas y los muñequitos. Siempre que vamos de paseo se queda parado delante del cristal y hoy, como vimos que estaba abierto..." El inmaculado empleado esboza una leve sonrisa e invita al pequeño a que, incluso, si quiere, puede tocar la maqueta. El niño, con los ojos como platos, mira de abajo a arriba al esbelto hombre. "Pero no la sobes demasiado, eh campeón, que esto, dentro de poco, van a ser casas como Dios manda".

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