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Flores y espinas

Riazor tiene que ser como el Carranza para el Oviedo, un campo para curar las heridas de los últimos tres partidos

En fútbol sólo existe el presente. Los proyectos a largo plazo tienen un inconveniente: el corto plazo existe, exige y aprieta. Que se lo digan a Ayestarán y Paco Jémez. Digan lo que digan los largos contratos -los que superan la temporada- son papel mojado a la hora de la verdad. Abelardo habla de flores en tierra ajena y espinas en la puerta de casa. Es un clásico que se repite hasta el extremo; un dicho que por repetido es cada día más cierto: nadie es profeta -al menos totalmente- en su tierra. Estos lares son únicos para las despedidas definitivas, con menciones afectuosas hasta de los clientes que paraban en la misma sidrería. Colegas de conversación entre culín y culín, entre discusiones y polémicas rematadas con un: "¡Vas decímelo a mí! ¿sabrélo yo?". En la vida ordinaria se cuestiona a todo hijo de vecino, se lleva en la sangre: "Nadie es más grande que yo". Ni pitos, ni gallos. No hay excepciones: donde ahora está Abelardo Fernández Antuña, antes estuvo José Manuel Díaz Novoa al que también echaron flores en el Plantío y Balaídos. En El Molinón fueron muy tacaños con sus méritos.

Abelardo es de Gijón, playu ejerciente, con dorsal playero de la escalera 15. Su historial como futbolista es de categoría, entre los mejores asturianos de la historia, pero como entrenador aún tiene tramos por recorrer, en su tierra y fuera. Él mismo reconoce errores que aquí se ven con lupa; fuera con otra óptica, es cierto. Mejor dejarlo en un término medio y a seguir haciendo camino. Si como sostiene el míster al final la clasificación deportiva y la economía vienen a cuadrar ¿qué hacen el Eibar o el Leganés en Primera? ¿Cómo es posible que un recién ascendido como el Alavés deje en evidencia al Barça en el Camp Nou? O el Celtic, con la fuerza de su fe, chafando el récord que, partido a partido, iba acumulando el Manchester City hasta este miércoles; donde un equipo, humilde en Champions, dejó a Guardiola pasmado. Es el mismo conjunto escocés que cayó apabullado- como sufrió el Sporting en casa- ante un once firmado por Luis Enrique en su primera cita europea de esta temporada en Barcelona. Sin olvidar que el Celtic ya hizo historia en el fútbol continental: campeón de Europa en 1967 frente al Inter de Milán, el poderoso equipo italiano. La competición futbolística o es sorpresa o no es nada. Sobrarían apuestas y quinielas. El Sporting también fue y será un equipo de gestas, con más o menos presupuesto. Al tiempo.

Siempre duele ver a los cercanos pasarlo mal. Con el Pitu no se debe hacer una excepción. Uno de los tres tenores asturianos del banquillo, tiene que salir a escena con ánimo para no soltar "gallos". El otro tenor azulgrana, afónico de nuevo, sufrió este miércoles en Alemania una buena tanda de críticas -durante todo el primer tiempo al menos- por sacar en mala hora a Alcácer donde no debía. En el descanso rectificó y volvieron las aguas, con apuros, a su cauce natural.

Riazor tiene que ser, como para el Real Oviedo el Ramón de Carranza, un campo para curar las heridas que dejaron los tres últimos encuentros. Con ese ánimo triunfal va la Mareona primera del otoño. Recoger, con la marea baja, las primeras joyas en las rías altas y guardar para el largo invierno que en la Liga llega hasta mayo, por lo menos.

Hablando de los azules. Hierro está demostrando en estas jornadas de estreno en el banquillo modos y maneras que sorprenden, para bien, al venir de un jugador mítico con la camiseta blanca. En sus tiempos de futbolista de élite sacaba a pasear, con frecuencia, un tono recriminatorio a todo el que pasaba por allí. Señalando, como un inquisidor, con el dedo índice a quien no estaba en la sintonía merengue. De aquellos modos a los actuales hay un abismo. Siempre se puede aprender. Hierro lo ha hecho con guante de seda, incluso en sus declaraciones.

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