El lenguaje es elástico: se estira para elogios y justificaciones y se encoge para reproches y desacuerdos. Fernando Hierro ha dicho que contra el Córdoba se jugó bien y yo, al conocer su opinión, comprendo que el balón es un dialecto mezcla de mil idiomas y mil jergas, que es lo mismo que decir un dialecto hablado por millones de habitantes que tienen por costumbre olvidar lo que han dicho cuando se escribe el punto del resultado final. Es cierto que cada jornada concluye con puntos suspensivos, con ese "continuará" que, viendo nuestra serie favorita, nos produce la contradictoria convivencia de frustración y expectativas. Todo capítulo próximo y todo día siguiente son un motivo para no desanimarse. Así que los oviedistas, de cara a la jornada liguera post navideña, deberían preguntarse quién le ha robado la alegría al Real Oviedo, pues el asunto más preocupante del equipo azul es que en las victorias y en las derrotas; en la salud y en la enfermedad carece por completo de alegría: esa alegría que enciende los murmullos chispeantes de la grada; esa alegría que, cuando cenas mientras ves un partido por la televisión, te empuja a levantar la vista del plato hasta enfriarse la comida. El Oviedo es un equipo honesto en el campo, trabajador pero plúmbeo, burócrata. Parece hacer las cosas por obligación, ni siquiera por necesidad. El juego requiere alegría porque es su esencia. Palabras fetiche del fútbol actual como "esfuerzo", "intensidad", "sacrificio" ejercen de aguafiestas en la celebración que supone un encuentro de tu equipo del alma.

La afición se engalana con bufandas, gorros, camisetas: se visten de fiesta para luego ver a un equipo comedido, dispuesto a pecar sólo por defecto. Un equipo que aunque no mereciera perder el pasado sábado, juega con la geometría de la línea continua, sin espirales, sin ángulos o inclinaciones.

Los resultados, como hemos experimentado, suelen tener un recorrido accidentado. Que a una victoria le sustituya otra victoria y otra y otra... es una sucesión ilusoria. Por algo es tan importante jugar siempre a lo mismo. Adoptar una identidad yeyé, contracultural. Dar la espalda al ojo avizor del negocio y a la rectitud de la responsabilidad. Que el balón ruede sin agobios, que los regates y las paredes no sean especies en vías de extinción.

Yo quiero que a partir del 2017 lleguemos a una fiesta a la que no estábamos invitados y comamos su comida y bebamos su bebida... Y que en la fiesta se baile el "Danubio azul" o el "Twist and shout", me da igual. Pero dejar de ser el que paga en la barra las consumiciones de los demás. Lo que no quiero es llegar a junio para decir lo que dijo el bueno de Purito Rodríguez momentos antes de posarse para siempre de la bicicleta: "miré el calendario y se me echó el mundo encima".