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Autorretrato y maquillaje

Lo peor del partido del pasado fin de semana en Sevilla es que da la sensación de que el equipo ha llegado a un punto de no retorno

Al concluir el partido del Oviedo en Sevilla me vino a la cabeza el final de la película "Las amistades peligrosas", de Stephen Frears. En su última escena se puede ver a Glen Close, actriz que interpreta el papel de la marquesa de Merteuil, desmaquillándose frente a un espejo mientras se le congela en el rostro un rictus de amargura y contrariedad. La marquesa, con la complicidad del vizconde de Valmont (interpretado por John Malkovich), presa de la decadencia y el aburrimiento se entrega a un juego manipulador que acaba estallando ante sus narices. Me acordé de esa escena porque cualquier rostro, una vez desprovisto de su maquillaje, ofrece una evidencia con visos de verdad. Muestra los surcos del pasado y quién sabe si los de su futuro. El maquillaje oculta, divierte, distrae, pero es pasajero.

Los tres goles del Oviedo en el Pizjuán, salvo para mejorar la autoestima de Linares y Toché, ni siquiera sirven para disimular el resultado. Son, por el contrario, los trazos de un autorretrato deformante y acusador. Si apretado por el marcador el Oviedo consiguió tres goles en la segunda parte, ¿cómo se explica la no comparecencia del primer tiempo? Lo peor del partido del pasado fin de semana en Sevilla es que da la sensación de haber llegado a un punto de no retorno. De haber doblado ya todas las esquinas y apurado todos los tragos. En la cabeza del aficionado hay tal magma de extrañezas e impaciencias que ni siquiera la urgente retórica de ganar tres puntos abortaría una probable erupción. Estamos, al igual que la marquesa de Merteuil, pasando continuamente un paño por el rostro; tratando de borrar capas y capas de declaraciones explosivas y propósitos de enmienda hasta dejar nada más que la expresión escueta pero sin dobleces del fútbol: del mero juego. Sin más vocabulario que el golpeo del balón.

A todos nos gusta que nos hablen de escudos, de identidad, de compromiso... Pero estamos a medio camino entre el "hablar" y el "hacer". Cierto que resta mucho campeonato y no se ha dicho aún la última palabra. Tan cierto como que un buen equipo es un relato, no una sucesión desordenada de capítulos.

Diego Martínez, entrenador del Sevilla Atlético, se congratulaba de haber mantenido la identidad del juego ante "todo un Real Oviedo". Empiezo a sospechar de los elogios como de los espejismos: ese "todo un Real Oviedo" es nuestro Xanadú, nuestro País de Nunca Jamás. Tal vez haya que recordar que venimos del barro en lugar de torcer el cuello de tanto mirar hacia arriba. De las declaraciones del técnico del filial, prefiero detenerme en la expresión "identidad del juego", que es otra forma de nombrar el estilo. Encontrar un estilo es lo que debe hacer el Oviedo con mesura y sin pausa. Un estilo que pase por el balón. Ya vimos de lo que nos ha servido lo de nadar y guardar la ropa.

"¿Estilo? Cierta levedad. Una sensación de vergüenza que excluye ciertas acciones y ciertas reacciones. Cierta manera de sugerir elegancia. La suposición de que, pese a todo, se puede buscar, e incluso encontrar, a veces, una melodía. El estilo es algo muy tenue, sin embargo. Viene de dentro" (John Berger).

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