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Cristiano cierra el círculo

El "The Best" premia al portugués pero por extensión es un reconocimiento al Real Madrid de Zidane

El primer "The Best" de la historia fue a parar a las manos de Cristiano Ronaldo. Un premio ganado con los pies y la cabeza que corona el 2016 como el mejor año del delantero portugués del Real Madrid sólo unos días después de que recibiera su cuarto "Balón de Oro". Y es que tras el divorcio de la FIFA con "France Football" los grandes premios a nivel individual vuelven a duplicarse a mayor gloria y vanidad de nuestras megalómanas estrellas.

Si entendemos el fútbol como una mera cuestión estadística no hay argumento capaz de rebatir los méritos de CR, ganador de la Liga de Campeones, la Supercopa de Europa y el Mundial de clubes con el Real Madrid y de la Eurocopa con la selección lusa. Títulos globales a los que hay que añadir las distinciones en el plano individual como el de haber sido el máximo goleador de la Liga de Campeones, el máximo goleador internacional del año según la IFFHS o el haber sido elegido como el mejor deportista europeo del año.

Pueden entenderse ciertas críticas al juego excesivamente individualista de Cristiano Ronaldo, quien, por otra parte, tampoco atraviesa precisamente su mejor momento. El papel protagonista del portugués es cada vez menor en un Madrid cada día más coral gracias a la argamasa de Zidane, y quizás por ello chirríen tantos premios y alabanzas en los momentos actuales. Pero también hay que entender que aquí estamos fartucos de ver a Cristiano y a Messi jugar no menos de un par de veces por semana y que otros muchos desean lo que aquí ya no se valora por repetitivo. En todo caso, el "The Best" o el "Balón de oro" ganados por Cristiano Ronaldo no dejan de ser un reconocimiento a este Real Madrid que hoy mismo busca su cuadragésimo partido consecutivo sin derrotas, una cifra histórica para un club español.

Los títulos individuales en un deporte de equipo no tienen mayor sentido que el de alimentar el ego de los jugadores y el de Cristiano ya se sabe que es infinito. Es el combustible que alimenta su juego. Puede que en ocasiones le pierdan las formas, pero tampoco eso es nada inhabitual en el mundo del fútbol. Que los barcelonistas no aparecieran por la última gala de la FIFA es una muestra, sólo una más, de ello. Si Mourinho ya planificó en su día un entrenamiento del Real Madrid para evitar a CR tener que escoltar a Messi nadie debe extrañarse de que Luis Enrique hiciera ahora lo propio con los suyos. El problema no es de los jugadores ni siquiera de los entrenadores, sino de unos presidentes condicionados siempre por el ego de sus estrellas.

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