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Aguafuertes

Abelardo no es el culpable

Los aficionados gijoneses, que carecemos de memoria, hemos sido recientemente injustos con el técnico del último ascenso

Ahora que se conoce la dimisión de Abelardo Fernández, un profesional honrado que como gran timonel desde hace tres años ha llevado las riendas como entrenador del Sporting, después de haber sido injustamente menospreciado por anteriores directivas y entrenadores que hundieron a nuestro equipo del alma y haber sido el artífice de que estemos en Primera -a pesar de los gravísimos errores que durante las dos últimas décadas ha habido en fichajes, con extrañas operaciones financieras con intermediarios- quiero romper una lanza en su favor.

Siempre digo que los gijoneses habitualmente somos muy injustos con nosotros mismos y carecemos de memoria. El inolvidable Ángel Viejo Feliú tuvo la gran visión empresarial de crear la Escuela de Mareo y de allí ha salido una excelente cantera de jugadores que en estos momentos de crisis y desconcierto exige volver la mirada hacia ella para recuperar nuestras esencias.

¿Ya nadie se acuerda de que cuando el Sporting atravesaba una de sus muchas carencias de liquidez, Abelardo fue traspasado al Barcelona por doscientos setenta y cinco millones de pesetas? Una cantidad de dinero muy importante entonces que alivió las arcas de este club que siempre vende a los mejores o los deja marchar con lágrimas en los ojos para contratar a mercenarios sobrevalorados que luego no rinden sobre el terreno de juego, a los que solamente les importa cobrar todos los meses.

Siempre decía mi compañero y amigo Emilio Sánchez "Liomi" que los entrenadores organizan sus estrategias en función de los puestos que ocuparon como futbolistas porque es desde ese lugar desde donde ven el juego sobre el césped. Abelardo ha sido un excelente central y tiene muy claro que el eje fundamental es una defensa contundente y segura, con reflejos y visión para despejar el balón levantando la cabeza. Actualmente, desde luego, no la tiene. Solamente Jorge Meré se salva de la quema general y resulta incomprensible la razón por la que no cuenta con el apoyo eficaz ya contrastado del joven Juan Rodríguez. Los defensas que se despistan en segundos claves y que salen a tarjeta por partido hay que descartarlos.

Un portero como Cuéllar -quien ya ha entrado en una decadencia física indiscutible, con evidentes inseguridades y despistes, por lo que no se entendió en su momento la precipitada renovación- tampoco es válido porque no sabe jugar con los pies y no es de recibo que la mayoría de las veces cuando saca desde la puerta tire el balón fuera del campo.

Abelardo logró con un grupo de guajes de la cantera subir a Primera División y mantenerse en ella, pero luego ese iluminado que es el director deportivo Nico Rodríguez dejó marchar a los mejores y deshizo aquel ejemplar equipo solidario y entregado que sudaba la camiseta porque la sentía profundamente, sin pensar en el poco dinero que cobraban cuando la tesorería podía afrontar el pago de sus nóminas. De la decena de fichajes hechos por Nico Rodríguez no se pueden batir palmas a la hora de enjuiciarle.

De todo ello, desde luego, Abelardo no es el culpable.

Solamente me gustaría que, a nivel personal, Abelardo comprendiese, a partir de ahora, que un entrenador de Primera División no puede salir al campo de juego en chándal o vaqueros. El otro día se lo dije cara a cara a José Fernández en "Casa Narciandi" y su esposa me dijo que estaba harta de recomendarle a su hijo Javier que pusiese corbata para estar en el palco de honor. La imagen, desde luego, siempre es fundamental.

Sirvan estas líneas de despedida para un gran entrenador, cuya marcha se convertirá sin duda en un enorme disgusto para la familia sportinguista.

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