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De cabeza

El gol

¿Qué jugador no soñó con marcar un tanto como el de Jon Erice?

Todo gol aspira a ser un punto final. Incluso el primer gol de un partido. El que propició la victoria del Oviedo contra el Getafe fue en el minuto ochenta y nueve. Un minuto significativo. No es el fin pero casi. Es justo antes del fin. El minuto ochenta y nueve es una penúltima página. Hay lectores que lo primero que hacen cuando tienen un libro entre sus manos es leer sus últimas palabras: como celebrar un gol sin haberlo visto. Como disfrutar del eco pero no de la voz. El minuto ochenta y nueve es un minuto elegante: no es entrar en un comercio cuando van a cerrar. No es marcar en el descuento que es como pedir por favor que te dejen pasar pues te quedaste sin pan para la cena.

La alegría indescriptible de los goles, dice el escritor portugués Antonio Lobo Antunes. Es curioso que algo tan concreto como un gol provoque algo tan abstracto (difícil de describir) como la alegría. Es la cuadratura del círculo que se da en el estadio. El aficionado encuentra los ángulos en algo rotundamente esférico como un gol. En esos ángulos viven la memoria, el miedo, el deseo, la desilusión, la esperanza... Vamos, nuestra propia anatomía sentimental. Vive cualquiera de los que acudimos cada fin de semana a reencontrarnos con la infancia. La infancia es una edad que se prolonga cada vez más. El fútbol se dio cuenta de que éramos niños con las piernas largas. Niños esperando el gol- aerolito. El gol que fustiga el empate e inclina el marcador de nuestro lado.

Aunque haya jugadores encasillados en un papel, el guión a veces exige improvisar, cuajar un sueño y emular a Zidane y a Cruyff devastando a balonazos el sistema solar. ¿Qué jugador no soñó con marcar un gol como el de Jon Erice? ¿Qué espectador no se imaginó despojándose del convencional uniforme de Clark Kent y arrearle a la pelota de lleno, con la sensación nada más darle de que solo hay dos posibilidades: entra o entra?

Y en el minuto ochenta y nueve: como el tradicional resumen de los diez mandamientos en dos. Como salir del cine momentos antes de la escena definitiva.

Eso que en el fútbol llamamos postpartido, y que la nobleza del rugby llama tercer tiempo, se alimenta del plancton abisal de lo que antes se veía por la mirilla y ahora la orgía de cámaras lo transmite en pantalla plana de innumerables pulgadas. Eso que en el fútbol se llama postpartido cada vez se dirime más en las redes sociales: un microondas que no cesa. Cada vez que me asomo a un foro digital aprendo lo que no debo hacer y lo que no debo decir. Todos los goles tienen el nombre propio de quien los marca: una circunstancia con moldes de coyuntura. Ahora bien, todo nombre propio tiene su etimología. Y la etimología de un futbolista está formada por sus compañeros. Nunca entendí celebrar un gol indicando el dorsal con los dedos pulgares o golpeándose el pecho con el índice. La alegría del gol, vuelvo a Lobo Antunes, es indescriptible, abstracta. Un bien común.

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