Supongo que las retransmisiones televisivas acabarán matando al fútbol como el vídeo mató a la estrella de la radio. La detestable moda de la repetición de las jugadas ya está matando, o hiriendo de muerte, al partido de fútbol en directo porque hemos dejado que nos convenzan de que ver con todo detalle lo que pasó hace diez segundos es más importante que ver lo que pasa en esos diez segundos en los que parece que no pasa nada. La conversión de un partido de fútbol es una especie de "Gran hermano" en el que los futbolistas saben que todo lo que hagan o digan será analizado en una tertulia televisiva llena de fanáticos vociferantes es, primero, un golpe mortal a uno de los dogmas del fútbol ("lo que pasa en el terreno de juego se queda en el terreno de juego") y, segundo, la causa de que los futbolistas estén más pendientes de taparse la boca con la mano para no convertirse en esclavos de sus palabras que de ser dueños del partido. La obsesión por el detalle banal de un gesto de Luis Suárez atrofia el aura del delantero centro como la reproducción técnica de la obra de arte atrofia, según apuntaba Walter Benjamin, el aura de esa obra. La retransmisión televisiva de un partido de fútbol pone la presencia masiva del fútbol por encima de su presencia irrepetible en un estadio. La manía por no dejar que nada escape al ojo de la cámara hace imposible la sorpresa, el misterio y hasta el engaño, de modo que en el fútbol es imposible que suceda lo mismo que en la vieja serie televisiva "Mi amigo Flipper", en la que el protagonista no era un delfín macho sino una hembra llamada Susie. Esto es el fútbol moderno, amigos. Flipper es Flipper.

El fútbol moderno es el fútbol de la cara del futbolista y, por tanto, del escupitajo en primer plano. Y el primer plano es, como dice el filósofo Byung-Chul Han, pornográfico porque las partes del cuerpo filmadas en primer plano surten el efecto de parecer órganos sexuales. En el primer plano de un Ronaldo o de un Messi se difumina por completo el trasfondo del fútbol, y la estética del primer plano refleja una sociedad que se ha convertido ella misma en una sociedad del primer plano. ¿Por qué nos sorprendemos de que tantos futbolistas salgan al terreno de juego perfectamente peinados-despeinados o cuidadosamente afeitados con descuido? ¿Por qué nos extrañamos de que los cortes de pelo de los futbolistas se hayan convertido en obras de arte efímeras? ¿Por qué nos lamentamos de que cada nuevo tatuaje de Neymar necesite un ejército de comentaristas que nos explique el sentido oculto de lo que muestra la piel? Una sociedad adicta al "selfie" es, inevitablemente, una sociedad enganchada al primerísimo plano del peinado de Griezmann, de la coleta de Bale, de los tatuajes de Ramos, del corte de pelo de Castillejo, del color de la barba de Messi y de los escupitajos de todos. Nada tiene menos consistencia que un primer plano de un futbolista sudoroso, y nada influye más en un futbolista de élite que saber que su cuerpo será descompuesto en primeros planos que serán ofrecidos pornográficamente al público. Así, el escupitajo del futbolista se convierte en una especie de eyaculación, y la discusión entre dos futbolistas con las manos tapando sus bocas se transforma en un beso con lengua y con intercambio de saliva.

El escupitajo pornográfico, la permanente presencia pornográfica de lo visible en las retransmisiones televisivas, destruye lo imaginario y mata el erotismo del fútbol.