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Antonio Rico

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Laplace y el peso de la corona

Una cosa es el mundo, y otra cosa es el fútbol. Cuando el físico y matemático Pierre-Simon Laplace presentó a Napoleón su tratado de mecánica celeste, el general francés le preguntó que dónde estaba Dios en su teoría, y Laplace contestó que no tenía necesidad de esa hipótesis. Se puede escribir un libro sobre el sistema del universo sin recurrir a Dios, del mismo modo que "El origen de las especies" de Darwin deja claro que todas las cosas tienen una causa natural que hace innecesaria la existencia de un Dios creador. Pero el fútbol no es el mundo. La mecánica del fútbol exige el recurso a la hipótesis de Dios porque no todas las cosas del fútbol tienen una causa natural. ¿Quién es el Dios del fútbol? Esa es la cuestión. Unos lo llaman suerte, azar, potra, flor en el culo. Otros hablan de estado de gracia, buen momento de forma, magia. Muchos sostienen que el Dios del fútbol se llama dinero. Seguro que todos tienen parte de razón, y el fútbol no se explica sin la suerte, sin la flor en el culo, sin el estado de gracia, sin la magia y sin la pasta. La suerte tuvo mucho que decir en las victorias del Real Madrid ante el Atlético de Madrid en dos increíbles finales de Liga de Campeones. Sin el estado de gracia es difícil entender lo que les pasa de vez en cuando a jugadores como Iago Aspas. Supongo que estaremos de acuerdo en que la espectacular remontada del Barça en el Camp Nou que dejó noqueado al PSG es indistinguible de la magia. Y nadie negará que el poderoso caballero don dinero es el único capaz de hacer que Pogba juegue vestido de rojo y que Messi renueve por el club de sus amores. Y, sin embargo, a pesar de que Laplace necesitaría a la suerte, al estado de gracia, a la magia y al dinero para describir la mecánica del fútbol, yo prefiero hablar de los actores de reparto. Dadme un equipo con buenos jugadores no protagonistas, y moveré el mundo o, al menos, lo haré temblar.

Nadie discute la grandeza de un Ronaldo, de un Messi, de un Ibrahimovic o de un Robben, pero la corona de un gran equipo es demasiado pesada para reposar sólo en la velocidad de Ronaldo, la pierna izquierda de Messi, la insuperable forma de proteger el balón de Ibrahimovic o la profundidad de Robben. Mary Beard lo explica muy bien en su ensayo sobre el triunfo romano. En la antigua Roma, el magistrado que presidía los juegos aparecía vestido, como escribió el poeta Juvenal, con la túnica de Júpiter, echadas sobre el hombro las puntas púrpura de su bordada toga y una inmensa corona, tan enorme que no había cuello alguno que pudiera soportar su peso. Ese pez gordo romano debía de creerse el centro del universo salvo por el hecho de que, como apunta Juvenal, no tenía más remedio que compartir el escenario con un sudoroso esclavo, erguido junto a él en el carro para sostener el peso de la corona. Los grandes jugadores, esos futbolistas que presiden los partidos y acaparan las fotos y las cámaras, no tienen el cuello lo bastante fuerte (incluido Aduriz) como para soportar el peso de una temporada. La corona del fútbol pesa mucho, y son necesarios muchos "esclavos" sudorosos (laterales izquierdos incansables, centrales serios como un póster de Buster Keaton, porteros que no pretenden pasar a la historia en cada jugada como Higuita, centrocampistas que se agarran al partido y no lo sueltan hasta el pitido final) que sostengan la corona de Messi y compañía. En la victoria, los aficionados sólo tenemos ojos para los magistrados que presiden los juegos, pero esos magistrados comparten escenario con futbolistas sudorosos que sostienen el peso de la corona.

No se trata de fortalecer el cuello del magistrado para que pueda soportar el peso de la corona, sino de conseguir que el carro del magistrado esté bien atendido por esclavos sudorosos. Luego ya viene la suerte, la magia, el dinero y, claro, un tal Messi que, por sí solo, es una hipótesis.

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