La semana futbolística va a desembocar en el llamado clásico en lenguaje de los iniciados, o sea en un Real Madrid-Barcelona al que no le faltan sus ingredientes más genuinos. Entiéndanse también por tales los respectivos y recientes duelos europeos, con desiguales desenlaces, que han apeado a los culés de su anhelo por llegar a Cardiff pero que han reactivado su íntima convicción de que padecen injusticias arbitrales. No opinan lo mismo por el parisino bulevar de Saint Germain, pero ese tema lo ven ya lejano los blaugrana, que simplemente esperaban un trato del holandés Kuipers más en sintonía con el fervor del Camp Nou. Suben el termómetro los dos goles en fuera de juego del fenómeno de Madeira, sin pararse mucho en similar ilegalidad en el autogol del de Camas...
En fin, adecuados ingredientes para el gran clásico de este domingo, el no va más de una Liga que puede quedar zanjada si hay triunfo blanco y casi con el mismo empate. Zidane lo sabe y juega con esa ventaja y con la inercia de su gran noche europea, pero también sabe que el Bernabéu no perdona deslices ante los eternos rivales. Bastante peor lo tiene Luis Enrique, pues no encontraron ni él ni los suyos la solución al crucigrama de Allegri y la Juve por lo que la apuesta de mañana se convierte todavía en más crucial. Perder también el tren de la Liga pondría a prueba el inquebrantable apoyo de la masa culé, que ya se sabe hasta donde alcanzan estas fidelidades. Ahí estará, bajo la lupa, el canario Alejandro José Hernández, juez del choque, y casi se puede asegurar que no lo hará tan torpemente como Aytekin (Barça-PSG) o Kassai (R. Madrid-Bayern) y sus amplios cortejos de ayudantes.
El sorteo europeo trae una sonrisa: habrá finalista español, y una lágrima, porque no estarán los dos madrileños. A cambio estará en Europa League el meritorio Celta.
