Acaba una nueva liga con un mensaje tan prosaico como diáfano: a más dinero, más efectividad en el área. Ah, ya sé... Me dirán que hay gestiones brillantes y/o excepciones honrosísimas. ¡Cuánto darían los aficionados sportinguistas por que su equipo hubiera ventilado una temporada como la del Eibar, una localidad que no llega a treinta mil habitantes! Pero lo cierto es que estas excepciones no hacen sino confirmar la regla presupuestaria. Aunque estén firmadas por directivos coherentes, duran poco en el tiempo.

Un equipo pequeño vuelve, tarde o temprano, a su sitio, que es el lugar reservado para los modestos. De una parte para acá, el planeta fútbol ha entrado en la desmesura mercantilizada. A partir de ahí poco se puede hacer, sobre todo desde los despachos que no disfruten de buenas vistas al sector financiero. La ecuación es simple: a más dinero, más goles a favor y menos en contra y, a partir de ahí, soñemos todo lo que queramos que eso sí que es gratis.

Somos una comunidad pequeña, con apenas un millón de personas y escasos recursos para armar grandes plantillas. Aun así, la historia nos dice que hemos disfrutado de épocas gloriosas, pero solo cuando había otras coordenadas en el balompié patrio. En aquellas fechas todavía existían algunas oportunidades para los que no poseían resortes poderosos.

Me impresionó Babín, el central del tristemente descendido Sporting de Gijón, interrogándose en voz alta desde la impotencia hace dos meses al final de un partido y en pleno derrumbe deportivo: "No sé por qué no ganamos". Un paisano que fue de menos a más y que se ganó el corazón de los que saben ver la honradez desde la grada. En Asturias podemos aspirar a jugadores así, nada superdotados, pero honestos y cumplidores. Mejores siempre que las figuras de precio ajustado. Para responderle al de Martinica con propiedad, habría que tomar impulso, por lo menos, desde quince temporadas atrás.

El Real Oviedo tampoco le va a la zaga a su eterno rival, aunque sus constantes vitales son diferentes. Ahí sigue, desenmarañando laberintos en su esforzada búsqueda del camino de vuelta a Primera. Y un oviedista a poner en el foco de la curiosidad es Esteban Andrés, una de las carreras más largas del fútbol profesional en nuestro país. Un futbolista que ha logrado vivir veintiún años de esto y que no tiene agente ni intermediario. La biología lo retirará con muchas vivencias para contar y hecho un hombre sabio.

Lo cierto es que, al despedir otra liga de las emociones, debemos dirigir nuestra mirada hacia abajo, al fútbol base, que es donde no hemos perdido pie... todavía. Porque la inmediatez de las redes y noticiarios nos ha dejado esta campaña imágenes preocupantes, aunque ninguna afortunadamente en nuestra región: padres contaminados por una cultura deportiva más propia del mundo profesionalizado. Conductas poco saludables que se transmiten a los hijos de manera temeraria; instintos egoístas no exentos de agresividad que distorsionan la educación de los hijos. El éxito, en definitiva, sobre cualquier otra circunstancia. La victoria a cualquier precio o por cualquier medio, por encima incluso del deporte como fuente de desarrollo personal.

Es decir, que estamos acorralados: por arriba, frustrados con nuestros primeros equipos, siempre en apuros, con estrecheces deportivas y potencialidades limitadas; por abajo, amenazados en la línea de flotación de lo que más queremos, donde solo debería entrar lo genuinamente saludable. Da pena escuchar a un padre en cualquier matinal de cualquier deporte, en cualquier campo o polideportivo asturiano eso de que "es que algunos árbitros vienen a provocar".

El deporte nos entretiene y apasiona, pero no deberíamos permitir que nos saque de quicio descolocando a nuestros hijos y arrebatándoles los valores educativos que hacen crecer a una sociedad.

El fútbol modesto no existiría sin los padres, sin sus idas y venidas, sin sus esperas y desvelos. Mantengámoslo, pues, en la realidad y no lo pongamos en el espejo del fútbol grande convirtiéndonos en energúmenos, en enemigos dentro de nuestra propia casa. A ver si el ganar "como sea", se acaba con el pitido final de la temporada.