Nadie dudaba de que lo que se iba a celebrar ayer en El Molinón no era un partido, sino un funeral. En un funeral el protagonista es, por definición, un ser inerte y la atención se traslada al comportamiento de los asistentes. Del Sporting ayer no se esperaba nada y el resultado era irrelevante. A la afición le correspondía el protagonismo. Y no cabe duda de que asumió el papel. La mayoría expresó al principio del partido su desencanto, como pocas veces lo habrá hecho en los tiempos recientes. Y más tarde desde el graderío se pasarían, en momentos concretos, reproches que más bien parecían facturas por agravios acumulados. Salvo un epílogo que, ése sí, resultó sorprendente, nada se salió, sin embargo, de lo esperado o no lo hizo demasiado. Por lo demás, un descenso es siempre triste y sombrío, aunque sea en una tarde luminosa, como la ayer, y se vive como algo irremediable, pero con el consuelo de saber que no es definitivo. Una prueba de que no es definitivo es que el Sporting ya lo ha experimentado en siete ocasiones.

Un minuto de estruendo

El público local pareció querer demostrar que, como afición vieja, iba más allá del corto plazo. La afluencia resultó más que digna y la liturgia de adhesión al club, a los colores, fue la habitual durante el himno, con las bufandas extendidas u ondeando sobre la cabeza. Hubo cálidos aplausos para la representación de la afición rival, que en este caso se ha ganado la reputación de afición amiga. Los reproches comenzaron cuando los equipos formaron para iniciar el juego. Entonces las protestas se focalizaron contra los responsables del club local, al grito de "Directiva dimisión". Parecía como si el graderío quisiera, por analogía al minuto de silencio, implantar el minuto de estruendo. Tanto que el árbitro aguardó algún tiempo a dar el silbido de comienzo de partido, como si esperase que transcurriera el tiempo ritual. Dio lo mismo, porque la protesta se prolongó durante tres minutos más, como si no estuviera rodando el balón. Y, cuando terminó el griterío, tampoco pudo decirse que realmente comenzara un partido que para todos, jugadores locales incluidos, estaba de más.

Un partido de postemporada

En realidad, fue un partido de postemporada, que sólo tiene que ver con los de pretemporada en que no hay nada importante en disputa. Pero si los de pretemporada sirven para hacer pruebas ante lo que va a venir, los de postemporada vienen a ser un resumen de lo que ya ocurrió. Cada equipo se recordó a sí mismo en un encuentro de guante blanco, en el que sólo se mostraron dos tarjetas amarillas. Al Sporting, como siempre a lo largo del curso, le faltaron capacidad para crear juego y, sobre todo, profundidad y remate. El Betis, por su parte, estuvo aseado, pero no intenso.

Ceballos pide paso

El equipo sevillano contó, eso sí, con un jugador que marcó la diferencia. Ceballos, a sus 20 años, suena como objetivo de los clubes grandes, ya sean españoles o extranjeros. Viéndole jugar se entiende por qué. Tiene tanta calidad como fuerza. Se impone en el uno contra uno y es un magnífico pasador. Quizá se le resista el gol, aunque ayer no dejó de buscarlo. Es bueno hasta cayéndose, como probó en el minuto 73 cuando de un resbalón sacó un pase de gol hacia Rubén Castro. No lo fue porque Cuéllar lo evitó con una gran parada.

El gallo de Cuéllar

En cierto modo, el portero del Sporting fue determinante, pues hizo cuatro paradas de las llamadas decisivas. Pero su recital lo inició con un gallo tremendo. El "furacu" que hizo al tratar de despejar con el pie un balón fácil, que le venía, además, a favor de su pierna buena, fue de los de tierra trágame. Ni siquiera su directo beneficiario, el insaciable Rubén Castro, se atrevió a celebrar aquel gol tan absurdo, con el que, de momento, su equipo igualaba el partido.

Goles baratos

Rubén Castro sí celebró el segundo gol, ya en el segundo tiempo, en el que la defensa del Sporting le ofreció generosamente un pasillo por el que se metió hasta la cocina para fusilar a Cuéllar con un tiro cruzado. En esa misma portería, la del fondo Sur, había marcado Douglas en el minuto 5 de la primera parte, también aprovechando la obsequiosidad de la defensa rival, que se desplazó por completo hacia la izquierda, dejando un gran hueco en el centro para que el brasileño sacara fruto de su anárquica intrepidez. Tampoco el gol que selló el resultado del partido, el que marcó Carmona en el minuto 78, estuvo exento de fallo previo, el de Durmisi, que dejó el balón a los pies del rojiblanco para que batiera a Dani Giménez entre el regocijo del público, no tanto porque el gol valiera el empate como porque recompensaba a Carmona, que termina la temporada como uno de los favoritos de la afición rojiblanca.

Anti Cop

No puede decirse lo mismo de Cop, que ayer recibió un severo varapalo del graderío. No puede decirse que, pese a terminar el campeonato como máximo goleador del equipo, el croata haya sido para el Sporting la solución que se esperaba, sobre todo porque, fallos puntuales aparte, aportó muy poco al fútbol de ataque del equipo. Pero, por lo ocurrido ayer, tal pareció que el público de El Molinón hubiera ido tomando nota de sus defectos para presentarle al final, y de golpe, la factura por la totalidad. Cada vez que tocaba el balón, sobre todo en el segundo tiempo, el campo era un clamor en contra. La crítica alcanzó su cenit en el minuto 66, cuando Carmona provocó una falta cerca del área bética. El propio Carmona y Cop se situaron cerca del balón para lanzarla y el graderío, como entendiera que quien iba a hacerlo era Cop, clamó en contra. Quien finalmente ejecutó el castigo fue Carmona y lo hizo tan bien que, para evitar que aquel tiro alto que buscaba la escuadra se convirtiera en gol, Dani Giménez hubo de hacer la parada del partido.

Pro Joaquín

Para contraste de su severidad con los propios, el público gijonés se mostró generoso con Joaquín. Cuando el veterano capitán bético fue sustituido, la ovación que le acompañó en su retirada del campo fue de las que merecen de verdad el calificativo de clamorosa. A sus 35 años Joaquín ya no tiene la fuerza y la velocidad de antaño, pero conserva, con los recursos necesarios para llevarla a cabo, esa imaginativa fantasía con la que irrumpió en el fútbol español hace 16 años. De muestra, la jugada del minuto 78, en la que cortó un balón peligroso dentro de su propia área, se procuró espacio haciendo un sombrero a un rival y, midiendo admirablemente los tiempos, desmarcó a un compañero por la banda derecha con un pase que ni de terciopelo.