Hala. Ya lo he dicho. A mí no me gustan los derbis. Me generan un nerviosismo y una inquietud que no soy capaz de dominar. Hace ya mucho del último partido de rivalidad en encuentro oficial, y durante todo este tiempo en el que mi equipo ha vagado por el inframundo de la Tercera y la Segunda División B encontraba una relativa tranquilidad en la ausencia de nuestro eterno rival. Que sí, que su filial nos ganó y nos goleó, que celebramos las victorias ante ellos como si fueran finales, pero no eran derbis. Eran otra cosa. A veces una humillación, a veces la sensación de un trámite que has de pasar? pero no un derbi.

Cuando existían los derbis, me podía pasar la semana entera sin dormir. Me dolía la barriga. Sufría con la posibilidad de que el Sporting, ese antagonista histórico que parecía diseñado para hacernos infelices, nos ganara. Porque la derrota, por alguna razón, era mucho más definitiva que la victoria. Ganar, al final, servía únicamente para estar tranquilo hasta el próximo derbi, y ya se sabe lo rápido que pasa el tiempo. Pero si perdías. Ay, si perdías. Cuántos meses de espera hasta enfrentarte de nuevo a la posibilidad de resarcirte. Que ya se sabe lo lento que pasa el tiempo.

De pequeño, iba con mi padre a todos los partidos del Tartiere. Y al Molinón, al derbi. Comíamos con sus amigos en La Pondala y después nos íbamos para el campo. A mí todo aquello me sobraba. No lo entendía. No me cabía en la cabeza que pudiéramos compartir mesa y mantel con el eterno rival. Luego, en el partido, si nos poníamos por delante, miraba como un poseo al reloj que me habían regalado Gabi y Agustín por la Primera Comunión, confiando en que el tiempo volara. Cuando perdíamos tenía una sensación extraña, ya que todo el mundo a mi alrededor estaba contento y mi padre y yo salíamos del campo con un bajón importante.

Recuerdo un año en el que ganamos y, de vuelta de Gijón, adelantamos al autobús del equipo. Me asomé por la ventanilla y saqué mi bufanda. Sañudo me saludó y cerró el puño con rabia. Aquella escena se me quedó marcada de por vida. Celebré el autogol de Bango como si fuera una Champions, maldije a Juanele cuando nos enseñó todas las cosas que se podían hacer con un balón y recé a aquel tipo melenudo llamado Carlos antes de que cada encuentro, para que me diera una alegría en forma de gol. En el primer derbi después de nuestro ascenso a Primera, una señora me prometió una bandera si remontábamos el partido. Ganamos. Jamás me la compró.

Que no me gustan los derbis, vaya. Tal vez sea porque una vez celebré un gol de Carlos en la tribuna de El Molinón y me llamaron de todo. Yo tenía 11 años y pensé que aquella grada estaba llena de imbéciles y de brutos. O porque años después, en el Nuevo Carlos Tartiere, vi cómo le quitaban una bufanda a un aficionado del Sporting y se la lanzaban grada abajo. La cogí al vuelo, se la devolví, y tuve un pequeño incidente con un oviedista. Y me di cuenta de que los de la brutalidad y la imbecilidad no va por gradas, sino por estadísticas.

Pero sobre todo creo que no me gustan los derbis que van a llegar. Real Oviedo y Real Sporting llevan muchos años sin verse, y en todo este tiempo el fútbol ha evolucionado mucho, y con ellos las aficiones. Después de década y media sin cruzarse, hay un ansia y una inquina que transpira por las redes sociales que no anuncia nada bueno. No porque las redes sociales sean reflejo de la mayoría, sino por lo fácil que es calentar o insultar desde el anonimato y con la tranquilidad de saber que no tendrás que dar la cara luego.

En todos estos años, sin la existencia de dos encuentros al año en los que dirimir la hegemonía del fútbol asturiano, se han dicho muchas gilipolleces (un servidor el primero) y se han avivado muchos fuegos. Cuando sabes que no te vas a encontrar con tu rival, las bravuconadas salen más baratas. Ambos bandos hemos cometido errores, y ahora está en la mano de clubes y aficiones bajar el suflé que se ha generado en todo este tiempo.

Los derbis seguirán sin gustarme. Pero lo que veo en el horizonte, si no llamamos a la cordura y a la sensatez, me gusta bastante menos.