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De cabeza

Una tarde en el museo

Sigo acudiendo al campo de fútbol con la nostalgia y el olfato de un anticuario

Como el fútbol de hoy en día se parece más a un centro comercial que a un museo, resulta más fácil volver para casa creyendo que has hecho una buena compra que toparte con una imagen que forme parte de la historia, con un lienzo que recuerde las glorias o miserias de otros tiempos. Cuando Anquela afirma que el tres a cero contra el Reus no refleja la dificultad del partido, nos está dando a entender algo que supuestamente sabemos pero olvidamos con facilidad: no es lo mismo el valor que el precio. Si uno va a un museo como el Prado o el Louvre, calcular el precio de aquello que tienes ante los ojos llega a ser una reducción al absurdo. Lo que transmite un cuadro pintado por Velázquez o Leonardo es la trascendencia del valor, su perspectiva histórica y también, cómo no, su calidad estética.

Como un viajero del siglo XIX sigo acudiendo al campo de fútbol con la nostalgia y el olfato de un anticuario: a la espera de encontrarme con una pieza única o cargada de pasado. El domingo tuve la suerte de ver una jugada más propia de una galería de arte que de la sección de electrónica en unos grandes almacenes: al comienzo de la segunda parte, Pucko, desde su posición natural de extremo, recibió un balón en profundidad que apuró hasta la línea de fondo para, en plena carrera, centrar a la bombilla del área del Reus. El pase del esloveno es una de esas citas que no puedes eludir y allí llegó Toché, puntual y decidido, para empujar el balón al fondo de la red. Fue lo que toda la vida se conoció como la clásica jugada de extremo que centra el área. Ver un gol a consecuencia de tal acción me llevó a pensar en el vértigo que me ha provocado contemplar pinturas como "La academia de Atenas" de Rafael, "Las Meninas" de Velázquez o "La libertad guiando al pueblo" de Delacroix.

Mientras la hinchada celebraba el segundo gol oviedista, sentí por momentos el conocido "síndrome de Stendhal": esa enfermedad psicosomática que causa confusión, temblor o incluso alucinaciones cuando alguien es expuesto a obras de arte especialmente bellas o importantes. La jugada entre Pucko y Toché tiene la belleza de lo antiguo, la excepcionalidad de la lógica en un deporte que cada vez se retuerce más a sí mismo: extremos que juegan a pierna cambiada, trivotes, tácticas con manual de instrucciones... Tantos son los enredos y las luminosas ofertas; los black fridays y los dos por uno, que un bisonte de Altamira o unos nenúfares de Monet en su sencillez y en su pretensión de no separarse del modelo natural me llevan a pensar que el entrenador oviedista prefiere llenar las paredes del juego azul con trazos primarios y esenciales.

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