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Es sólo un partido

Alegría y a pasarlo bien, la actitud en la grada

No tengo la menor idea de los derbis entre Sporting y Oviedo (o al revés, porque aquí hay que hilar muy fino), que he visto en mi vida, pero sí recuerdo que la única vez que el grupo de amigos que íbamos juntos al fútbol tuvimos la ocurrencia de ir a El Molinón a ver un derbi de la Copa del Rey contra el filial rojiblanco, Sporting Atlético (fue en la temporada 81-82, y el Oviedo ganó 1-2), no me quedaron más ganas de verlos fuera de casa. En aquella temporada el Oviedo deambulaba por la Segunda División y el Sporting paseaba su gran equipo por los campos de Primera. El Oviedo jugaba con una legión de canteranos que, años más tarde, se consolidarían en el primer equipo (Viti, Vili, García Barrero?), y el Sporting Atlético, con un equipo inferior, no pudo lograr ni el empate. El caso es que ganó el Oviedo, pero la felicidad quedó empañada por un conato de tangana que sobrevino al celebrar ruidosamente el gol que daba el Oviedo el pase a la siguiente ronda. Entonces, las aficiones no se situaban en zonas separadas del campo y entre el público los contactos entre los seguidores de los dos equipos era algo normal. Dimos con unos hinchas aguerridos que no llevaron bien nuestra lógica alegría y si no hubiera sido por otros espectadores gijoneses que intervinieron poniendo paz, la cosa no habría tenido un final feliz. Así que pensé que en el futuro, para ver un derbi, como en casa en ninguna parte.

Me dan miedo los tipos que están convencidos de que un derbi es algo muy importante, algo muy serio, algo fundamental en su vida. Los que creen eso, demuestran que carecen de capacidad para discernir lo que es importante y lo que no lo es en esta jodida vida. Porque lo primero, lo básico, es asistir a un derbi con alegría, con ganas de pasarlo bien, de ver fútbol de calidad (si es posible), esperando que tu equipo gane y haciendo cálculos mentales de cuántos puestos vas a adelantar en la clasificación. Porque además un derbi no decide, en términos estadísticos, un descenso o un ascenso. Lo único que certifica es que en un momento determinado de la Liga, uno de los dos equipos han sido superior al otro, por la suerte, por los goles, por los fallos o por la actuación arbitral, pero sólo eso.

Yo, personalmente, no soy de los ovetenses que se alegran con las derrotas del Sporting; siempre quiero que ganen los equipos asturianos, sean los dos grandes o los que luchan por los campos de la Segunda División B. Me alegro de las victorias del Caudal, del Lealtad y del Sporting B. Nunca entendí que alguien prefiera que gane el Leganés al Sporting o que el Oviedo pierda frente al Getafe. Que algún psiquiatra me lo explique, porque esos aficionados radicales, cuando salen más allá del Huerna, se sienten no de Gijón, Oviedo, Llanes o Navia, se sienten asturianos, buscan desesperadamente una sidrería o un restaurante de comida asturiana, visitan el centro asturiano correspondiente (en el caso de que exista) e intentan hacer lazos con otros asturianos de la diáspora. En lo último que piensan, desde luego, es en el derbi.

Parte de mi familia materna es de Gijón (de Deva, en concreto, en cuyo cementerio ganan por goleada los apellidos Solar, Santurio y Rubiera). Allí en Deva me casé con una compañera de estudios de Gijón, donde vive mi hijo mayor hoy. Pero que no cunda el pánico. No soy un quintacolumnista. Nací en la Gascona, viví y estudié en Oviedo. Vivo jubilado en Oviedo y fui a Buenavista desde los siete años con mi padre. Por eso, hoy quiero que gane el Oviedo y que el Sporting lo haga en otros campos, para que al final Oviedo y Sporting, es decir, Asturias, tenga motivos para que la sombría realidad de este pequeño país deje paso a un esbozo de alegría?, y de pasión.

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