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Pablo González

Quiero ser como Rossi

Confieso que la última vez que me subí en dos ruedas fue en mi "liberada" por los amigos de lo ajeno Torrot Arizona. Y ya han pasado muchos cursos. Que para evitar el vértigo en el sofá durante las bajadas de las grandes vueltas ciclistas cambio de canal en busca de documentales de perezosos leones y que el ruido de cualquier vespino -trucado o no- me hace rechinar los dientes y farfullar en arameo. Pero quiero ser como Valentino Rossi. Más que nada porque este pasado fin de semana el piloto italiano volvió a subirse en una de esas bestias que son las máquinas de MotoGP menos de un mes después de haberse roto la tibia y el peroné.

Aunque la cofradía "del todo lo sabe" afirma ahora que la lesión del motociclista fue menos de lo que nos contaron y que ha dado un mal ejemplo para esos chavales que van hincando la rodilla a todo lo que da su burra por las rotondas para repartir un kebab o un tubo de escape. Pero a mí me da igual. Que un tipo con media pierna colgando, que está más cerca de los 39 que de los 38, y que lo ha ganado prácticamente todo en el Mundial, se suba a un morcalo que pesa unos 1.500 kilos y genera unas vibraciones que ríase usted de la lavadora vieja de "Cuéntame", cuando otros no nos podemos agachar para recoger las pantuflas sin soltar un quejido, es, cuando menos, para alabar. O por lo menos, para poner de ejemplo a esos que se pierden un partido por un grano infectado o que, en jueves milagro, se olvidan de las molestias gracias a las que se libraron de algún marrón cuando ven su puesto peligrar. Lo dicho, quiero ser como Rossi, o no, o bueno sí... pues molt bé, pues adiós.

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