Osasuna es un cromo de Castañeda que no me acababa de salir y que, cosas que tienen los doce años, hizo que ese jugador se convierta en uno de mis favoritos como lo fue Goñi, un jugador al que seguía solo porque su nombre "de guerra" era igual que el apellido de uno de mis mejores amigos de entonces y de ahora. Osasuna es el recuerdo de un campo embarrado en una tarde de lluvia intensa en El Molinón, con un Sporting de pantalón blanco en el que Escaich metió cuatro goles y que vi de pie en la Grada Este esquina Sur en el primer tiempo y en el Fondo Norte en el segundo porque siempre nos gustaba estar cerca de la portería en la que atacaba el Sporting. Osasuna será siempre el Sadar, que fue Sádar casi al mismo tiempo en el que el Milán se convirtió en Milan, un equipo similar y amigo con el que vivimos los excesos de la Primera en los ochenta y la realidad de la Segunda a finales de los noventa.

Los Joaquín, Castañeda, Bustingorri, Jiménez, Mesa o Martín son historia y recuerdo de un fútbol, un clima y un barro que ya no es y que provoca, en los aficionados que rondamos los cincuenta, ataques de nostalgia de un tiempo al que ya no se espera, pero que siempre nos asalta cuando el calendario nos depara este partido.

Los tiempos cambian y este domingo en el Reyno de Navarra ya no hubo barro y los jugadores con bigote y barbas descuidadas han dejado su sitio a tatuajes y barbas hispster. Osasuna y Sporting han perdido parte de sus señas de identidad, pero unos más que otros. No hay nada peor en el fútbol que no saber a qué se juega y el Sporting de este año sigue siendo para los aficionados una incógnita. Si los responsables de "El Ministerio del Tiempo" lograran traer a Aristóteles a ver un partido de este Sporting seguro que su teoría sobre el Acto y la Potencia, que utilizó para explicar el cambio, encontraría en el equipo rojiblanco un ejemplo perfecto de lo que es y de lo que se aventura que puede llegar a ser. El Sporting necesita ese Cambio y, aunque la Segunda es una prueba de fondo, lo necesita rápido.