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El partido del absurdo

Un Sporting tan falto de alma como de director de escena

En los años 40 y 50 del pasado siglo se desarrolló en EE.UU. y en Europa una corriente teatral que se conoce como "Teatro del absurdo". Ionesco, Beckett, Jenet o Arrabal querían reaccionar contra los conceptos tradicionales del teatro utilizando para ello la incoherencia, el disparate o lo ilógico. A lo mejor los más de 18.000 espectadores que acudimos el domingo al Molinón no vimos un partido de fútbol tradicional sino una representación del fútbol del absurdo.

Es completamente ilógico que transcurrida la primera parte el Valladolid hubiera dominado totalmente el partido, pero no hubiera inquietado lo más mínimo la portería de Mariño; es ilógico que el Sporting más desnortado que se recuerde se fuera a vestuarios no solo con el marcador a favor, sino también después de haber desaprovechado tres ocasiones claras de gol; es ilógico que, sin ninguna jugada conflictiva en las áreas, la bronca del respetable se la llevara el colegiado de turno en su afán por sacar tarjetas amarillas a los jugadores locales, y desafía también a toda lógica la facilidad con la que los jugadores vallisoletanos caían al césped y se retorcían de dolor incluso cuando ya llevaban el marcador en contra.

Que se lesione Sergio en el calentamiento es un contratiempo, una situación extraordinaria que requiere una respuesta inmediata y con poco margen para el análisis. Se suele decir que lo normal en estos casos es realizar cambios que alteren lo mínimo el planteamiento inicial y que alteren a pocos jugadores. Lo coherente quizá hubiera sido situar al único centrocampista de "centro" del que se disponía, Rachid. Sin embargo este partido del absurdo nos deparó tres sistemas de juego diferentes durante el primer tiempo y a varios jugadores (excepto los laterales, los centrales, Bergantiños y Mariño) cambiando constantemente de posición y con el bueno de Isma López, que iba a jugar de lateral y empezó como interior, ocupando el puesto de Sergio.

El disparate lo dejamos para esa sucesión de diálogos individuales de Herrera o su ayudante con los jugadores durante el partido. Aprovechando la facilidad con la que los pucelanos se caían al suelo y reclamaban la presencia de los auxiliares, por el banquillo sportinguista pasaron a recibir indicaciones Canella, Isma López, Moi Gómez, Rubén, Santos, Scepovic (el que más y en la mayoría de las ocasiones sin que lo reclamaran), Jordi Calavera y Álex Pérez. Salvo Barba, Mariño y Bergantiños (los más entonados del equipo, por cierto) los demás no dejaron de ser requeridos. Es un disparate también que Carmona estuviera más de diez minutos entre el cuarto árbitro y Mario Cotelo esperando para entrar a jugar. Podrían completar la función los intentos de los defensas del Valladolid para que el Sporting ganara el partido, las cada vez más numerosas paradas milagrosas de Diego Mariño o esa sensación que tenemos algunos aficionados de que este equipo es incapaz de remontar un partido o de sobreponerse a cualquier contratiempo que se presente.

Esperemos que haya sido eso, una representación del teatro del absurdo y no un Esperpento, esa deformación grotesca de la realidad que le ofrecían a Max Estrella los espejos cóncavos del callejón del Gato. Esperemos que el partido ante el Valladolid haya salido de la imaginación de Maxi Rodríguez, con el que me encontré en el descanso, en un intento de desconcertar al respetable para que por medio del absurdo podamos comprender mejor la realidad de un equipo, de momento, tan falto de alma como de un director de escena.

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