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De cabeza

La magdalena de Proust

La seguridad de que tras noventa minutos vienen otros noventa minutos convierte a los futbolistas en ahorradores a plazo fijo

Mi madre vino de la panadería con unas galletas especiales. En ella, en nosotros, no se ha perdido esa costumbre de la clase trabajadora de hacer notar de manera modesta que es domingo: unos pasteles, un plato distinto, unos aperitivos... Las galletas eran cuadradas, del tamaño de la palma de una mano. Una de sus caras era de color azul, con el escudo del Oviedo y la frase "es una fuerte pasión". A esta fiebre por personalizar y singularizarlo todo tampoco se han escapado las galletas. Dentro de poco será difícil encontrar galletas comunes y corrientes como esas fontanedas que eran el lujo del pobre.

El día antes, el Oviedo había perdido tres a uno en Valladolid y mi madre, que entiende el oviedismo como un trabajo a tiempo completo, vio en las galletas la posibilidad de dar un quiebro al disgusto y endulzar el futuro más inmediato, que, en el caso del hincha, no va más allá del próximo partido. Desaté el lazo blanquiazul, retiré el papel de celofán y le di un mordisco a la galleta con todos los sentidos puestos en lo que estaba haciendo. Antes de pegar un segundo bocado, dije con más melancolía que cabreo: "esto es lo mejor del Oviedo en todo el fin de semana". Y al instante dejé de pensar en el pasado, no quería que la combinación del regusto dulce y el recuerdo del partido en Pucela se convirtiera en mi magdalena de Proust. Ya saben lo que le sucedió al maestro de las letras francesas: el sabor en el paladar del té con un pastel le trasladó a la magdalena que le daba su tía los sábados por la mañana y de ahí al viaje por la memoria que suponen los siete volúmenes de "En busca del tiempo perdido".

Como no estoy dispuesto a la fácil asociación entre la obra de Proust y la trayectoria del Oviedo, mejor escojo el gesto de comer esa galleta dominical como una forma de exorcismo. No faltan los mensajes de ánimo: que esto es muy largo, que nunca llovió que no parara... Pero que te metan un gol en el minuto tres de partido y a balón parado no es la mejor manera de enfocar el descanso dominical. Me gustaría saber si los jugadores del Real Oviedo comen galletas a escondidas. Si lo hicieran, sería más optimista. Pues ese guiño involuntario a la infancia me llevaría a recordar aquellos partidos callejeros que se resolvían con la victoria del equipo que primero marcara. Esa presión te obligaba a poner todos los sentidos en el juego, a no dar un balón por perdido.

A veces, la seguridad de que tras noventa minutos vendrán otros noventa minutos, convierten a los futbolistas en ahorradores a plazo fijo. Ya me dirán ustedes qué imagen tan poco futbolera. De críos, hasta nos olvidábamos de merendar con tal de ganar el partido. Todo eran finales: así es la infancia.

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