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Dos en la carrera / Kilómetro 21

Los equipos asturianos, con la cabeza muy alta

A mitad de recorrido, un Oviedo pletórico refuerza sus ambiciones mientras el Sporting busca consolidar su mejor versión

El kilómetro 21 de la maratón liguera tiene el valor simbólico de marcar la mitad del recorrido. Los competidores ya han tenido tiempo suficiente para mostrar su capacidad y su ambición. Por mucho que la igualdad sea una de las características principales de la categoría, el grupo, comandado por el sorprendente Huesca, corre muy estirado. Las sensaciones que transmiten los dos competidores asturianos son diferentes. El Oviedo ha encontrado su paso a un ritmo muy fuerte y corre muy cerca de la cabeza. Al Sporting todavía se le ve inseguro, pero parece salir de la crisis que le distanció de los mejores y vuelve a acercarse a ellos. En cualquier caso, para todos queda un mundo.

SPORTING: VUELTA A EMPEZAR

El Sporting acaba la primera vuelta de forma muy parecida a como la empezó. Se muestra de entrada como un equipo brillante y resolutivo y de pronto se hunde en la inconsistencia. Y eso, en el caso de su mejor versión, pues puede tenerlas peores. Contra el Córdoba recordó al equipo capaz de encarrilar en seguida el partido para luego encogerse y entregar el campo al rival. Y así pasó de la tranquilidad al sobresalto, aunque logró el objetivo principal, que era salvar los tres puntos. Como pasaba a principios de temporada y dejó de pasar, para peor, cuando faltó Sergio.

Con Sergio, mejor. Por fortuna para el Sporting Sergio está de nuevo en la alineación gijonesa. Y se nota mucho, en la medida que aporta claridad y solvencia. Cuando recibe el balón, y lo hace muchas veces porque se deja ver y también porque se faja en la pelea por conseguirlo, sabe qué tiene que hacer y cómo hacerlo. Con ello otorga equilibrio a un equipo al que de pronto parecen darle ataques de pánico y sucumbe a la tentación de quitarse el balón de encima, como si eso no supusiera entregárselo al contrario. Ante el Córdoba ocurrió una vez más. En esos largos minutos de zozobra, cuando el Sporting buscó a Sergio encontró alivio. Cuando optó por hacer de frontón, sufrió, porque el Córdoba, aunque llegara como vicecolista, demostró que sabe qué hacer con el balón y tiene capacidad individual -¡ese Javi Galán!- y colectiva para hacer muy buen fútbol.

Mariño, manos y pies. Ante ese Córdoba en modo alguno entregado el Sporting hizo valer sus mejores bazas. Una vez más su portero fue decisivo. Lo llamativo fue que lo resultara en las dos porterías. En la propia evitó dos goles cantados. Uno, en un remate raso y muy cercano de Caballero, al que respondió con una estirada eléctrica. Otro, en un tiro a quemarropa de Jona, que rechazó con el pie. En el primer caso, el gol le hubiera complicado el partido al Sporting, al anular la ventaja que había conseguido muy pronto. La segunda parada ni más ni menos que salvó la victoria al Sporting, pues se produjo en el minuto 88. Pero si Mariño brilló en lo que es exclusivo de los porteros, que es jugar con las manos, no se quedó atrás cuando empleó los pies. En la jugada del primer gol sportinguista fue determinante un pase suyo muy largo desde la posición teórica de defensa central. Y el segundo gol rojiblanco nació de un magnífico saque que abrió una autopista a Isma López por la banda izquierda.

Santos o el remate. Pero quizá el jugador rojiblanco más determinante fue Santos. El uruguayo sirvió en bandeja de plata el 1-0 a Carlos Castro y luego marcó dos goles espléndidos, uno con el pie izquierdo y otro de cabeza. Y en dos oportunidades más rondó el gol. En una, entre Kieszek y el poste lo evitaron. En otra, el cabezazo a centro de Isma se le marchó fuera por muy poco. Todos esos remates los hizo desde el primer palo, anticipándose a la defensa, para lo que se requiere decisión y precisión, cualidades que definen a un rematador. Como sin duda lo es Michael Santos.

Un equipo incompleto. Lo ocurrido en el partido contra el Córdoba vino a reiterar que, como equipo, el Sporting sigue incompleto. De sus limitaciones defensivas hablan los muchos goles que recibe. Es evidente que es vulnerable por las bandas, ya sea porque los laterales fallan en el aspecto defensivo o porque reciben pocos apoyos de los compañeros que tienen por delante. Tal vez por las dos cosas. Y no termina de ser un bloque compacto, que sepa ocupar el terreno y no entregue al rival las tres cuartas parte del campo, como ocurre a menudo. Con Baraja se ha corregido parcialmente la racha de malos resultados que provocó la salida de Herrera. Pero todavía sigue sin ofrecer garantías para consolidarse en esos puestos de cabeza de los que se mantiene cerca.

El Oviedo convence

En contraste con su rival asturiano, el Oviedo es en estos momentos un equipo que convence, en la medida en que exprime al máximo sus posibilidades. Puede no tener la mejor plantilla de Segunda División, pero en la práctica juega como si la tuviera y, de hecho, no se encoge ante nadie. Afrontar al líder en su fortín era toda una prueba y la superó con nota. A priori el empate era un excelente resultado. A posteriori tuvo el mérito adicional de haberlo conseguido tras superar contratiempos excepcionales, lo que vino a demostrar que la moral del equipo está por las nubes.

Un penalty no aprovechado. Las cosas parecían ponérsele de cara al Oviedo cuando a los 13 minutos el árbitro se atrevió a pitar el penalty tan evidente como ingenuo que Luso cometió sobre Aarón Ñíguez. Pero el estímulo se pudo convertir en contrariedad cuando Remiro desvió el lanzamiento de Linares. Era el cuarto máximo castigo que el Oviedo desaprovechaba en lo que va de temporada. En este caso fue más acierto del portero rival, Remiro, que fallo del lanzador oviedista, pues Linares, a fin de cuentas, tiró fuerte, raso y al ángulo, pero lo cierto es que el Oviedo perdió la oportunidad de ponerse por delante en el marcador. El equipo blanquinegro no dio, sin embargo, la menor sensación de abatimiento o debilidad. Más bien pareció encorajinarse. Del equipo pusilánime o de moral quebradiza que, todavía no hace mucho, se venía abajo a la menor contrariedad no parece quedar ni el recuerdo. Algo tendrá que ver en ello el temperamental Anquela, que el domingo se enfrentaba a su equipo de las dos últimas temporadas, en las que convirtió al Huesca en uno de los grandes de la actual Segunda División, herencia que Rubi está sabiendo actualizar.

Un gol aparecido. Tras el penalty no aprovechado, a la moral del Oviedo le quedaba todavía una prueba más dura. Merece la pena recordarlo con detalle. A la media hora justa de partido el Huesca cuajó una jugada por la derecha que terminó en un centro alto. Alfonso, el portero oviedista, salió con autoridad, como haría durante todo el partido, y se hizo con el balón sin problemas. Con él apretado contra el pecho esperó que el área de despejara. Las cámaras, al repetir el lance, le mostrarían mirando a derecha e izquierda para, finalmente, tras haberse supuestamente cerciorado de que ningún rival se encontraba cerca, echar el balón al suelo un par de metros por delante para golpearlo desde esa posición. (Por cierto, saca fortísimo. Con el pie manda el balón cerca del área contraria y con la mano -se vio ayer durante el segundo tiempo- lo pasa del medio campo). Pero entonces, cuando iba a tomar impulso para golpear, vio que desde detrás de él surgía como una centella un jugador del Huesca que, en un abrir y cerrar de ojos, rebañaba el balón y lo mandaba hacia la portería desguarnecida. Cuesta pensar que Gallar tuviera ensayada semejante artimaña, por lo demás, legal. Más bien su acción pareció deberse a una inspiración súbita al advertir que el portero oviedista no se había dado cuenta de que estaba a su espalda -luego se sabría que el Huesca había ensayado dicha jugada-. Ese gol aparecido puso el partido cuesta arriba para el Oviedo, pero tampoco lo hundió. Se vería luego.

Berjón más Ñíguez. El encuentro de Alcoraz fue la intensa lucha de dos buenos equipos, en el que las defensas prevalecieron sobre los atacantes. El Huesca, que no pudo contar con Melero y reservó a Cucho para la media hora final, apenas creó ocasiones de gol. Tampoco concedió muchas. El Oviedo, por su parte, forzó en el campo contrario bastantes de esas faltas a las que suele sacar tan buen rendimiento. Pero la defensa oscense las defendió muy bien y no dejó rematar ni una a los especialistas carbayones, hasta el punto de que, después del sexto o séptimo intento infructuoso, Berjón le cedió el testigo a Aarón Ñíguez, con similar resultado. Pero faltaba que ambos sumaran su talento con el balón en movimiento y eso ocurrió en el minuto 70 para producir la mejor jugada del partido. Comenzó con un autopase de Berjón en la banda izquierda, que le liberó de un rival y le abrió un amplio espacio para progresar hacia el área oscense, desde cuyo borde mandó un pase medido a Ñíguez. Éste, al primer toque, trazó otro autopase, con el que dejó clavado a Aguilera para, ya cerca del área de meta, descuadrar a Jair con un limpio quiebro que le permitió encarar a Remiro con todo a favor y batirle sin remisión.

Un gol precioso. Ese gol sería precioso para el Oviedo no sólo por la forma, sino por su valor. Al club ovetense le daría entre otras cosas un resultado con el que alargar su racha de imbatido, un punto en uno de los campos más difíciles de la categoría y, consolidado en los puestos de cabeza de la clasificación, un plus de confianza para convencerse de que sus aspiraciones pueden ser las máximas. Hacia ellas avanza con la cabeza muy alta.

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