La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Resistir

En el reconocimiento de las limitaciones radica el mayor valor del Oviedo

Según Alessandro Del Piero, leyenda viva de la Juventus, "el fútbol es un juego de equipo, pero al final te enfrentas a ti mismo. Mantienes siempre un debate interno por saber si has entrenado bien o si todo está en orden. Uno se siente solo en el fútbol". Es increíble la de cosas que se pueden llegar a hacer para que el orden impere antes de que tu equipo juegue contra su máximo rival. La memoria y la impaciencia se reparten las horas de una vigilia en la que aún no se sabe a quién se va a velar. Si en algo coinciden jugadores y aficionados es en lo que dice Del Piero: ambos juegan en equipo pero cada uno, y a su manera, se enfrenta a sí mismo. Y a más años, más cuentas pendientes. Aunque pretendo ver el fútbol como un ejercicio de estilo, con el semblante lúdico del añorado Cruyff, es en la mirada agónica y sufriente de Anquela donde reside nuestro aparato respiratorio futbolístico. Quizás esa sea, entre otras, una de las causas por la que entendemos tan bien al míster: en su estado vital de agobio perpetuo se resume nuestra penosa historia de los últimos años.

Por el banquillo azul pasaron aristócratas, mercachifles, demagogos, vendedores de humo, capataces de obra... Pero nadie que dijese a las claras: como no luchemos y suframos no somos mejores que nadie. Es posible que en ese reconocimiento de las limitaciones radique nuestro mayor valor.

Si hubiese una liga de las declaraciones previas al partido y otra de las declaraciones posteriores, a la manera de los torneos de Apertura y de Clausura en Argentina, sería una liga muchísimo más disputada que la verdadera. Es lo que tiene la ficción: en ella cabe todo, basta con hacerlo verosímil. Al leer y escuchar opiniones posteriores al partido contra el Sporting, entiendo lo forzado de convertir una novela coral en una historia con un solo protagonista. Baraja, técnico sportinguista, cayó en el mismo error que su antecesor, Paco Herrera: leer en el libro del derbi, no lo que pone realmente, sino aquello que deseas leer.

Tal vez sea lo que Del Piero nos recuerda: uno se siente solo en el fútbol. Una de sus más grandes y hermosas paradojas. En medio de miles de personas tan sólo notas el hilo invisible que te une con la infancia y tan sólo escuchas la música del primer gol que recuerdas de tu equipo. Se acumulan los nombres propios: son el poso de la historia. En el Tartiere fue Mossa. En El Molinón, Toché.

El domingo me acordé más que nunca de un lejano agosto de 2003. Aquella temporada se abonaron al azul niñas y niños que no tenían término de comparación con los años de éxito. Porque el Oviedo, señores de la posverdad, tiene un rico pasado de satisfacciones. Algunos de esos críos, ahora jóvenes o adolescentes, saltaban excitados a mi alrededor en el Tartiere. Era su primer derbi. Ha merecido la pena resistir.

Compartir el artículo

stats