Fin de la racha. Aún así no hay nada que reprocharle a este equipo. Nunca se perdió la cara al partido pese a las múltiples piedras con las que el Oviedo se encontró ayer en Cádiz.

El escenario era el idóneo para dar un golpe en la mesa. Un campo que siempre se ha dado bien a los azules. El rectángulo de juego donde los carbayones volvieron a la máxima categoría. Pero la hostia (perdón por la palabrota) se la dio el Oviedo. Bueno. No. No es correcto. Se la dieron. Un árbitro que resuelve una agresión (a Christian) con una tarjeta amarilla y a la jugada siguiente en una lucha en la que se ve que Rocha va claramente a por el balón decide expulsar al jugador ovetense comete un error grave. Bueno, uno no, dos. O eso o estuvo muy mal asesorado por sus asistentes desde la banda.

Aún con la bofetada este Oviedo es mucho Oviedo y nunca bajó los brazos. Ay, como han cambiado las cosas en comparación con la temporada pasada. Pero la losa era muy grande y el Cádiz es un gran equipo. Mucho mejor en la clasificación que en el campo, en la grada y en el banquillo, pero un buen equipo a fin de cuentas.

El mejor ejemplo para evidenciar que este Oviedo no le pierde la cara a ningún partido lo representa Carlos Hernández que con el rostro partido desde los primeros minutos luchó por cada balón como si le fuera la vida en ello.

Caer está permitido, y más si se hace como ayer, pero levantarse tiene que ser obligatorio. Y que mejor oportunidad para hacerlo que contra el Albacete de Erice y Susaeta (aunque este último no jugará por la cláusula del miedo) los antiguos capitanes. Permítanme la reflexión, pero cómo han cambiado las cosas desde que no están. Hemos pasado de ser un quiero y no puedo como equipo a un puedo con lo que me echen encima. Pero este no es momento de ponerse nostálgicos. Es el momento de volver a levantarse y demostrar que se está preparado para grandes retos. Pese al resbalón, confíen en los de Anquela. Más que nunca.