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Análisis

Miguel L. Serrano

Verdes en el peor momento

El Oviedo emite señales preocupantes en el peor momento posible, alcanzada la jornada 30 y con los rivales enseñando los colmillos y metiendo el codo para un sprint que ya casi casi es una realidad. Como su camiseta ayer, el equipo parece que vuelve a estar verde para desfilar por la pasarela. Como si el derbi le hubiera deslumbrado, a los carbayones se les ha bajado la gaseosa y se han quedado incomprensiblemente sin reacción, timoratos, viéndolas venir. Nadie imaginó una resaca tan dura del partido ante el Sporting. Habrá que ver si se trata solo de una pájara más larga de la cuenta, pero ya van cinco semanas sin ganar y actuaciones como la de ayer encienden todas las alarmas. El Oviedo está absolutamente bloqueado. Ha perdido la chispa física de hace un mes y, lastrado por los resultados, le han entrado dudas y miedos. Fútbol nunca tuvo en exceso, como casi nadie tiene en esta categoría, pero lo disimulaba con ese punto de garra y de fe que ya no le alcanza y con el nuevo traje táctico que entonces era novedad. Ahora los rivales le han pillado el truco y podan el plan vigilando mejor los costados y aplicándose mejor a balón parado, la gran fortaleza ofensiva de los azules (muchas veces la única, se vio ayer). Las soluciones deben salir de nuevo desde el banquillo, donde urge inspiración inmediata y flexibilidad. Como en la primera vuelta, Anquela tiene que intentar algo, revisar las tuercas y replantearse la situación. Con Fabbrini listo, el único rayo de luz, quizá sea momento de menear el asunto para encajarlo en el once. Dejarle ahora en el banquillo es un lujo extremo. El equipo necesita ganar el domingo al Granada para reencontrarse consigo mismo, retomar la confianza y no perder comba en la tabla. Y resulta que, giros puñeteros del destino, a esa "final" llega el Oviedo sin delanteros disponibles en la primera plantilla (Toché y Linares vieron la quinta amarilla, como Diegui). El colombiano Olmes, el único refuerzo que el club consideró necesario en invierno, cuando el equipo iba fenomenal, está lesionado y no se le espera.

El Oviedo de los seis defensas. El técnico jienense es un tipo que nunca se queja. No pide mucho y tira con lo que le dan. Así se ha ganado su buena fama en el fútbol, la de un técnico que exprime y saca rendimiento a lo que tiene. Lo ha demostrado todo este tiempo en Oviedo. Pero escuchándole resaltar semana tras semana el trabajo de su equipo, la garra, la fe y demás aspectos relativos al sacrificio uno se pregunta si no echó en falta, lo diga o no lo diga públicamente, algún retoque más a su plantilla en invierno. Parece evidente que sí. Es cierto que es fácil decirlo ahora, cuando la cosa se tuerce, pero decisiones como la de ayer le delatan. Después de un mes sin ganar, el entrenador sigue con las mismas piezas. Mensaje más claro, imposible. Ayer sacó a Forlín de su posición para dar entrada a Verdés. Y sentó a Fabbrini porque no tenía encaje. Con Pucko y con Valentini no cuenta, en Hidi y en Mariga no confía y con Yeboah está decepcionado por su dejadez y su tormentosa vuelta de la Navidad. El resultado fue un once con seis defensores en el campo, más de la mitad del equipo. Especialmente sorprendente es el empeño del entrenador con Forlín: sacar al argentino del centro de la zaga es perder al mejor central del equipo. Un suicidio. El argentino sufre con el pase y la conducción, dos de los cometidos claves en un pivote.

Ni en defensa ni en ataque. Más allá de la tímida reacción en la segunda parte, fruto de la inercia, el Oviedo no estuvo bien ni en defensa ni en ataque. Fue quizá el peor partido de la temporada. Acumular defensores, si no hay fuelle ni orden, no es la solución. La prueba está en el primer gol del Tenerife: Longo se revolvió entre tres zagueros azules (¡entre tres!) y salió airoso con un genial control y una mejor definición. ¿Habría tenido Longo el espacio que tuvo para disparar a gol con Forlín de libre? En ataque tampoco hay mayor plan que la imaginación de Saúl Berjón y de Ñíguez y las jugadas a balón parado. Por ahí se duele el Oviedo. Pero, para ser justos, esto fue siempre así. El equipo de Anquela nunca engañó: conjunto perro, sin propensión a la poesía, lo suficientemente oportuno para meter una ocasión y defender el resultado. Equipo más o menos justo en el que si no van todos al límite no hay bingo. La diferencia es que ahora hay menos fuelle, que el estado de forma de algunos jugadores (Diegui y Ñíguez, por ejemplo) es peor, que no hay acierto en ataque que le permita tener un partido cuesta abajo para gestionar la ventaja y que la mente desconfía y las piernas tiemblan por la falta de resultados. También influyen otros factores como las decisiones arbitrales, que también son parte indiscutible de esta crisis. Ayer, sin embargo, nada que objetar.

La esperanza de Fabbrini. Aunque ya se le ha visto, la esperanza sigue siendo Fabbrini. Prescindir de él ahora, tal y como está el equipo, es demasiado lujo. Anquela enderezó el rumbo en la primera vuelta con dos carrileros y tres centrales. Quizá le toque de nuevo ahora mover el puzle. El técnico llegó a Oviedo con la idea del 4-2-3-1, que ayer se pudo ver en la segunda parte. Se presenta ahora una buena opción para apostar por él de inicio. No es que ya no valga el dibujo actual; con él se ha ganado el colchón que ayer quedó definitivamente dilapidado. Pero tal vez sirva para reenfocar al equipo y darle el impulso que necesita. Para que desaparezcan los síntomas de desfondamiento.

La calma, ahora más que nunca. La semana será agitada, pero debe mantenerse la calma. Ahora más que nunca. Para empezar, huyendo de paralelismos con las dos temporadas anteriores. Encender ventiladores inoportunos sería un clamoroso error. Quedan 12 partidos, un mundo. Y el Oviedo tiene muchas vidas. Mal haría el oviedismo en verlo todo negro y advertir ya una catástrofe. El Oviedo sigue en la pelea, a tiro de play-off, y una victoria lo cambia todo. El bache es peligroso, pero nada nuevo para Anquela, que en sus anteriores equipos pegó el estirón al final, por ejemplo, en el Huesca el año pasado. Es necesario hacer autocrítica y buscar soluciones, pero de ahí a disparar por disparar hay un abismo.

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