La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Dos en la carrera / Kilómetro 36

Dos sprints para Sporting y Oviedo en el tramo final del campeonato

Mientras los rojiblancos se afianzan en la lucha por el ascenso directo, los azules, pese a sus tropiezos, siguen teniendo el play-off a su alcance

En la maratón liguera de Segunda División los kilómetros no se corren simultáneamente, sino que se contabilizan a posteriori. Por eso las sensaciones pueden variar hasta que los hechos, pero todos, sean definitivos. Eso le pudo ocurrir al Oviedo y, sobre todo, al oviedismo, que terminaron desolados al final del encuentro con el Valladolid, el viernes, para que, sábado y domingo mediante, el término de la jornada les brindara asideros suficientes a la esperanza de terminar la carrera dentro de los puestos de play-off. Es decir, que lo que comenzó siendo un desastre se acabó convirtiendo en un disgusto reversible. Para el Sporting el tiempo corrió de distinta manera, y las sensaciones, también. Como integrante del trío de cabeza que se disputa, por ahora, las dos plazas de ascenso directo, sabía el ritmo que, con sendas victorias a domicilio, habían marcado sus dos competidores directos. Todo lo que fuera puntuar sería bueno. Y lo consiguió. Su empate en Cádiz puso fin a una racha victoriosa de ocho jornadas y le costó el liderato, pero le permitió mantenerse en los puestos de ascenso directo. Al contrario que la lucha por meterse en la promoción de ascenso, que, por la irregularidad de los competidores, es cosa de muchos, la lucha por el ascenso directo parece limitada a Rayo, Sporting y Huesca. Por ahora, habrá que añadir, pues está visto que en esta Segunda División profetizar algo es opositar a hacer el ridículo.

El Oviedo reincide

Cuando parecía que había superado la depresión en que había caído tras su triunfo en el "derby", el Oviedo volvió a caer en la inconsistencia en un partido supuestamente crucial como el que le enfrentaba a un rival directo como el Valladolid. Su fracaso ha venido a poner en cuestión la línea en que se había basado la recuperación registrada en las penúltimas jornadas. El equipo entero, incluido el entrenador, vuelve a la consulta del psiquiatra, no tanto a preguntarse qué les ocurre, sino a reconocer que quizá se han equivocado.

De nuevo el sistema. El Oviedo alcanzó su mejor y más sostenido rendimiento cuando su entrenador implantó el famoso sistema de cinco defensas, dos centrocampistas-pivotes, dos mediapuntas que partían de las bandas y un delantero específico. Con ese sistema defendía bien, atacaba no mucho pero con algún peligro y tenía una forma peculiar de golear, pues esa misión venía a recaer en buena parte en los defensas, aprovechando las jugadas a balón parado. Con ese sistema de juego el Oviedo podía no ser un equipo vistoso, pero llegó a ser muy eficaz. Hasta que el sistema pareció colapsar. Quizá por cansancio, pues era una forma de juego que reclamaba mucha intensidad. Quizá porque los contrarios tomaron nota. Anquela, que parece hombre de convicciones, mantuvo la confianza en el sistema y en los hombres que lo encarnaban hasta que los resultados le hicieron dudar. Y cuando se decidió a rectificar, implantando un nuevo sistema, los resultados parecieron darle la razón. Por poco tiempo, porque en seguida, ahora mismo, parecen quitársela. La defensa ha perdido consistencia; Fabbrini no termina de encontrar continuidad en su juego ni de aportar cosas importantes; Aarón Ñíguez está descentrado; y, sobre todo, se echa en falta la aportación ofensiva de dos laterales de largo recorrido y capacidad de desborde como Diegui Johannesson y Mossa. Saúl Berjón conserva su recetario de soluciones, pero tiene menos oportunidades de aplicarlas. El equipo no se las ofrece.

Precipitado e ineficaz. Ante el Valladolid el Oviedo fue un equipo ineficaz a fuer de precipitado. Quiso dar mucha velocidad al balón a cambio de arriesgar en la precisión. El Valladolid quizás incurrió en el mismo defecto, pero tuvo jugadores con más oficio y con mayor acierto individual. Cuando el Oviedo logró hacer su primer remate a puerta, el Valladolid ya había logrado dos goles. Cierto que en uno de ellos el infortunio se cebó en Folch. Pero en el otro Mata mostró su oficio de goleador, de largo el mejor de la categoría. En el Oviedo la conexión entre Berjón y Linares para producir un buen tanto llegó demasiado tarde.

Y sin embargo. Aun así en los pocos minutos que quedaban para la conclusión del partido el equipo mostró la fe en sí mismo que se necesita para buscar el milagro. Y seguramente fue esa fe la que, acabado el encuentro, llevó a los jugadores azules a formar un corro que tenía aspecto de cualquier cosa que no fuera la claudicación. Las cabezas de los jugadores enlazados por los hombros formaron una circunferencia, como el bocal de un pozo. Por él irían cayendo el sábado y el domingo unos cuantos resultados favorables a los intereses oviedistas. Si los jugadores del Oviedo necesitaban alguna señal de que sus esperanzas siguen vivas y no son un espejismo, en el fondo de ese pozo la tienen. En sus manos y en las de su entrenador está el demostrar que las pueden sacar a la superficie.

EL SPORTING, CONSISTENTE

Al cabo de once partidos sin conocer la derrota el Sporting puede presumir de ser un equipo consistente. Se ha ganado a pulso esa reputación. Su juego puede ser más o menos lucido, pero es muy difícil marcarle un gol y, más todavía, derrotarle. Los rivales lo tienen muy complicado ante un equipo en el que todos luchan por el balón y que domina cada vez mejor el oficio de defender.

Mariño, Barba y Cía. En el Ramón de Carranza el Sporting mostró dos aspectos diferentes. En el primer tiempo se asentó bien en el terreno y mantuvo a distancia al Cádiz. Combinó bien, aunque le faltó profundidad para buscar un gol que le pusiera en camino de la victoria. En el segundo tiempo cedió terreno ante el empuje gaditano. A medida que pasaban los minutos el empate se revalorizaba y el Sporting se entregó a defenderlo con eficacia. No faltó la parada salvadora de Mariño, esta vez a un cabezazo de Garrido, en uno de los pocos saques de esquina que lograron rematar los andaluces. Pero la defensa sportinguista hizo mucho por que no incomodaran demasiado a su portero, que, por ser espléndido, lo es también en sus salidas y hasta en el juego con los pies, desde la pegada hasta el regate (hizo uno, espectacular, en el segundo tiempo). El poder ofensivo del Cádiz se basa en gran medida en la velocidad de sus dos extremos, Salvi y Álvaro, y el Sporting supo mantenerlos a raya con dos laterales como Calavera y Canella, que están jugando a un gran nivel, como toda la zaga, en la que Barba ejerce un liderazgo tan elegante, por sereno, como efectivo, codo con codo con un Álex Pérez quizá menos vistoso pero no menos eficaz. En cuanto a los medios, Sergio y Bergantiños, si son capaces de ocupar mucho campo cuando el equipo se despliega, saben sacrificarse con eficacia cuando toca resistir, tarea a la que se suma el resto de los jugadores, incluidos los delanteros, que procuran obstaculizar la salida del balón. El Cádiz, que es el equipo menos goleado de Segunda, supo ante el Sporting, que le sigue en ese aspecto, lo mala que es una cuña de la misma madera.

Nano Mesa, el atacante. En pleno sprint final de la maratón el Sporting ha tenido que hacer frente, ya fuera por lesión o por sanción, al problema de bajas importantes como las de Álex Pérez, Barba, Sergio, Jony o Michael Santos. Que lo haya resuelto sin perder ritmo da la razón a quienes han sostenido que su plantilla estuvo bien diseñada y se supo corregir, para mejor, en el mercado de invierno, lo que deja en buen lugar al director deportivo, Torrecilla. En el mercado de invierno llegó al Sporting Nano Santana, a quien le ha tocado la responsabilidad de suplir a Michael Santos, la baja más prolongada de las últimas semanas. El canario ha sabido hacerse visible. En partidos muy incómodos para él, por jugar muy solo, ha aportado cosas valiosas. Si en Valladolid fabricó la jugada del gol que supondría la victoria sportinguista, en Cádiz estuvo a punto de repetirlo, también con Rubén García como colaborador. Volvió a llegar a la línea de fondo, esta vez por la izquierda, pero el centro corto, que esperaba Rubén García en la línea de gol, le salió demasiado cerrado y acabó en las manos de Cifuentes, el portero gaditano, que guardaba el primer palo. Nano Mesa volvió al primer plano en el minuto 88, cuando, tras colarse por la derecha, puso un balón de gol a los pies de Isma López, que, encimado por la defensa gaditana, pifió a medias el remate. En esas dos oportunidades el Sporting tuvo a su alcance la victoria.

El enfado de Jony. Cuando se produjo la segunda jugada de Nano Mesa hacía tres minutos que Jony había dejado el terreno de juego, al ser sustituido por Isma López. Y lo había hecho notoriamente enfadado. No sólo se le notó en la cara, sino también, y sobre todo, en los gestos corporales. Cogió de mala gana la botella de agua que le tendieron y, al sentarse en el banquillo, golpeó con rabia el respaldo del asiento que tenía delante. ¿Le había disgustado el cambio? ¿Estaba enfadado consigo mismo por no haber tenido una actitud relevante? Es más que probable que cuando estas líneas salgan a la luz Jony haya dado explicaciones de su comportamiento. No sería la primera vez, como cuando se autocriticó muy severamente por su partido en Almería, pese a que marcó un gol y dio otro. Jony es un jugador singular, cuyo rasgo principal lo constituyen seguramente los riesgos que asume. Y ya se ve que estos no se limitan a intentar regates imposibles. En un mundo en el que, cuando saben que hay cámaras delante, sus colegas se tapan la boca para intercambiar cualquier comentario, por trivial que sea, él no tiene reparo en exhibir sus desahogos. ¿Seguro que le merece la pena?

Compartir el artículo

stats