Marchisio, jugador de la Juventus: "Lo ves recibir el balón y piensas que algo maravilloso puede suceder de un momento a otro. Al fin y al cabo, ¿no es por esto que nos enamoramos del fútbol? Eres todo aquello que un niño sueña cuando recibe su primer balón. Gracias, por esta maravillosa historia, Andrés Iniesta". Las mejores noticias que nos llegaron del Oviedo la semana pasada fue la consecución del campeonato en Tercera División por parte del Vetusta y el tweet que le dedicó el club azul en su cuenta oficial a Iniesta: "No tuvimos el placer de cruzarnos en @laliga, pero pudimos ver tu fútbol en el #Carlos Tartiere con la @sefutbol. ¡Gracias por hacernos disfrutar @andresiniesta8! #Gracias Iniesta #RealOviedo." Qué duda cabe de que el camino del Oviedo y el del jugador del Barcelona han sido proporcionalmente inversos. Mientras Iniesta construía su maravillosa historia como dijo Marchisio, la historia azul se alejaba de lo que un niño sueña cuando le regalan su primer balón. Un crío con una sudadera del Oviedo veía a mi lado el partido contra el Numancia. No apartó la vista del televisor ni abrió la boca durante los noventa minutos del encuentro. Ni siquiera la abrió en el descanso. Cuando finalizó la primera parte se quedó con la mirada clavada en los anuncios como si aquello fuese lo más importante de su vida. Qué elocuente el silencio en una edad en que todo son preguntas. Tal vez le venía a la cabeza el gol de Iniesta al Sevilla en la final de Copa, incapaz de ver algo, aunque fuera levemente maravilloso, de su equipo en Los Pajaritos.
Es probable que la temporada no esté para frotar lámparas y que salga un genio pero tampoco para reducir el fútbol a una cuestión de esfuerzo e intendencia. Si Marchisio, acostumbrado a sudar bien la camiseta con la Juve, agradece y espera la aparición de lo distinto, ¿por qué tenemos que renunciar a ello en Oviedo cuando las ocasiones son escasas y no pudimos encontrarnos con Iniesta? Costará volver a ver en el campo a un jugador cuyas pautas temporales no coinciden con el ritmo habitual del partido. Parece que avanza a cámara lenta, sin importarle las urgencias y las necesidades. Impermeable a los avatares y a las incidencias externas. Iniesta juega sin reloj. Como también jugaba prescindiendo del tiempo Benjamín, aquel elegante y calmoso mediocentro que llegó al Oviedo en 2003. Nunca me lo quité de la cabeza. Siempre creí que fue un jugador que mereció mejor suerte, aunque leyendo la entrevista con él que publicó este periódico no se le ve quejoso por su suerte. Todo lo contrario, feliz y orgulloso de haber puesto su granito de arena para que el Oviedo salvara el pellejo. Siempre con la cabeza alta, cuando el balón llegaba a sus pies, el segundero temblaba. Jugaba como quien se asoma a una azotea a contemplar la ciudad. Me hubiese gustado decirle al crío que tenía a mi lado que en el Oviedo hubo jugadores como Benjamín, que no traicionaba lo que eran y que jugó contra las malas historias. Pero lo veía tan ensimismado que temía quebrar algo muy frágil si le decía algo. Allí estaba, viendo cómo en Soria el Oviedo no jugaba contra nadie, acaso contra sí mismo. Pero no contra la historia. Si al menos le hubiera dicho que Claudio Marchisio no se ha olvidado de los niños...