El fútbol, que en ocasiones es poesía o pentagrama, torna cruel y despiadado cuando elige un actor del reparto de veintidós a quien crucificar o echar a los leones. Baraja, enjaulado en un palco del Heliodoro por su pésima acción del sábado en la banda de El Molinón, había jugado durante la semana al despiste, dejando pistas evidentes de la supuesta titularidad de Lora en el lateral derecho. A la hora de la verdad, el habitual propietario de ese carril, Jordi Calavera, fue el elegido, como dictaba la lógica. Y la fatalidad quiso que un fallo garrafal del tarraconense en el minuto 82, cuando firmar tablas parecía lo más ajustado a los merecimientos, puso de cara a Malbasic frente a Diego Mariño, que no pudo esta vez obrar el milagro de cada semana.

Al contrario que en los dos últimos envites, que se saldaron con derrota, el Sporting entró en el partido sin ánimo de obsequiar al Tenerife. Bien plantado y sin espacio para el despiste, a partir del primer cuarto de hora se adueñó del partido y dispuso de cuatro o cinco claras ocasiones para adelantarse. Pero Santos, que aún no cogió la forma tras la lesión, llegó a las islas con munición de fogueo. También Carmona tuvo en su cabeza el gol a la media hora, pero un raro escorzo al rematar dejó sin reconocimiento de asistencia un servicio preciso y medido de Jony, que también parece haber perdido fuelle. Poco consuelo es meterse en la caseta con la convicción de que el mejor de los rivales ha sido su portero, Dani Hernández, que desbarató con solvencia las cuchilladas de los asturianos.

Ocurre que la reanudación ya fue otro cantar, la escritura de un nuevo guión, imprevisible. El Tenerife tomó el mando y convirtió los 45 minutos restantes en un toma y daca, en un cara o cruz, con la moneda bailando en el filo para, caprichosa, caer del lado canario a causa de la reseñada pifia de Calavera, al que habrá que recuperar con urgencia. O eso, o encomendarse a Lora

El Sporting sale muy tocado de Tenerife, en un vuelo con trazas de funeral. Los síntomas para afrontar la fase de ascenso -puesto que tomar el elevador en el primer turno se antoja ya misión imposible salvo impensables traspiés de Rayo y Huesca- no son los de un paciente pleno de constantes vitales sino los de un enfermo que acusa fatiga y agotamiento. Pero no conviene enterrar a un equipo que supo levantarse, cambiar de piñón, esprintar y enlazar una racha de victorias memorable, a la altura de las mejores en la historia del club.

Ahora hay que descansar, esmerarse en la sesión de baño y masaje y centrarse en lo que queda. O sea, en apuntalar el tercer puesto, que viene con bola extra. Que nadie dé por enterrado al Sporting. Menos aún los que lo enterraron antes de tiempo y le cantaron el gorigori, que este muerto está aún muy vivo.