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Madre Gijón

El alto verano gijonés (I)

Memoria de festejos de otros tiempos, relacionados con los jesuitas

Ayer, como hoy ocurre, el verano en esta ínsula y puerto de Gigia Sexta Augusta -rodeada por todas sus partes por la mar océana cantábrica, hasta que fuertes obras permitieron unir la falda y declive de Catalina la Santa con los arenales que se extendía a su lado sur, conocidos como los de San Lorenzo, que esta villa que fue pía, la tiñó de un morado repúblico el señor San Miguel antes de que Podemos se apropiara de este color, de tradición comunero y republicano; con las obras, quedó la primera Gigia Sexta Augusta como haciendo una especie de Saint Malo en chico, como luego, la segunda fue, por sus negocios, un pequeño Cardiff- tenía su introito oficial, después de las alegres romerías de Ceares y Granda, -que solían saldarse con buenos altercados y grandes "varadas de avellano" entre mozos bravos de aquellos contornos con los no menos "brutos" de otras parroquias y barrios-, que se iniciaba oficialmente con las dos fiestas del 31 de julio: una de iglesia, civil la otra.

Era la primera, según santoral, la festividad del Santo General del Ejército de Jesús, o sea de los temidos "jesuitas", que se introdujeron en Gijón, pese a los esfuerzos defensivos de Calixto Alvangonzález y Celestino Margolles desde las almenas y torreones del "El Comercio", -antes de que cayera el puente que desde el "moriyonato" lo pasó al palacio de Deva-, por la colina de Ceares, merced a los terrenos que recibieron para levantar un colegio del Ayuntamiento y los dineros que para ello recibieron de algunos ricos particulares: Jovellanos, Díaz Cifuentes, Zulaybar..., más de cien mil pesetas en quince días.

El San Ignacio primero se celebró con toda solemnidad, pero humildemente, en el Colegio de la Inmaculada Concepción, camino de Ceares, en 1889; luego cuando llegaron otros padres de la misma Compañía no vinculados a la enseñanza, sino a la siembra y vendimia entre la sociedad civil adulta, se celebraron las honras de San Ignacio en la capilla de las Reverendas Madres Agustinas, convento de Capua, hasta que al correr de los años, por la munificencia y falta de descendencia de las hijas de la señora viuda de Zulaybar, comerciante y armador, pudieron los hijos del Fundador y General construir bajo las pautas del maestro obras y contratista Claudio Alsina, sobre la finca de la dicha familia, el gran templo "avasallante" frente por frente, puerta contra puerta, del viejo Instituto fundado por Jovino y casi, casi, al Teatro terminado de levantar en 1852 con gran sacrificio del "común", siendo alcalde-corregidor Antonio Esperon, abogado del Ilustre Colegio de Madrid, a quien asistían veinte concejales, tres de ellos tenientes y uno, síndico; un secretario, un médico, un cirujano, dos fieles porteros, tres alguaciles, un inspector de obras públicas, un interventor de arbitrios, un depositario, siete serenos, un cabo para los mismos, un celador de policía urbana, cuatro peones camineros y veinticuatro maestros de escuela, una maestra y un sacristán mayor, todos liberados menos los veinte concejales, fueran del tutti o fueran tenientes o síndicos, y aquellos pocos, "podían" con todo.

Los concejales de antaño formaban del Cabildo una especie de senado vitalicio en el que por turno, se sentaban las representaciones de las familias notables: los ricos Eustaquios García Sala Jove-Huergo, descendientes de Bernardo José de Jove Huergo (hermano de doña Eutiquio -en cuyo chalet de la subida a Santa Catalina, tras la batería, veraneó Gumersindo de Azcárate-, y que por su testamento ológrafo dejó rico a Ramón Piquero González, "cura Párroco de S. Pedro" y a falta de don Ramón, instituía como heredero a don Ángel García Valdés, de San Lorenzo que, además era cuñado de Benigno Domínguez Gil, Senador del Reino, que no era poca cosa.

Como don Ramón vio morir a don Eutiquio en su casa-palacio de la calle Trinidad, don Ramón heredó, y en la casa de campo que don Eutiquio poseía en Contrueces, que pertenece ahora a San Pedro, y arregló, con gran gusto y a todo lujo, el actual titular, Javier Gómez Cuesta, "el Cura de las aguas", no veraneó nunca don Gumersindo, sí que lo ha hecho, después de su gloriosa restauración, el Muy Ilustrísimo D. José Luis González Novalín, natural de Tresali, Nava, exrector en Roma de la Iglesia de España, aposentador de Prelados y autor de una notable hagiografía del casi santo Inquisidor General don Fernando Valdés, de cuya ostentosa riqueza acumulada en los oficios de Iglesia, pues de por "casa" poco traía, sin embargo, no trata; Rafael González Tuñón, "el marqués taurino", vecino de la calle de Santa Rosa, al que por broma y quite, llamaron "Marqués de la Rosa", que en 1861, mucho antes de que Gijón soñara con El Bibio, dio, a instancia de varios amigos suyos, a la Imprenta de los Señores Crespo y Cruz, plaza Mayor 26, un "Manual para la Inteligencia(sic) de la Lidia de Toros" que van a llegar, y ello sin entrar "absteniéndome, dice, de reflexionar sobre su apreciación social ó calificación inmoral" (ahí le dolía a don Rafael el zapato con que el honesto Jovino pisó de firme el callo de la fiesta). En un pasaje de su obra, afirma don Rafael que "el buen toro de lidia ha de ser de padre conocido que no haya tenido contacto con vaca tentada en el burladero", y de no ser así, no será buen toro; Casimiro Domínguez Gil, "el industrial logroñés", fundador de la influyente, piadosa y rica saga de ricos industriales de la "manteca"; Víctor Menéndez Morán y Nava, yerno del gran Caveda, cuñado de Anselmo Cifuentes, Diputado Provincial, casi perpetuo que, casi en el ejercicio de su perpetuidad, falleció muy cristianamente en la vecina Oviedo, el 6 de noviembre de 1887...

Sería interminable, seguir detallando méritos y circunstancias de nuestros viejos senadores, pero no deberíamos omitir alguno de sus apellidos: Alvargonzález, Rato, Ramírez, Toral, Tejera, Palacio, Ortiz, Granda, Prendes, Pedregal, Hevia, Aceval, (con b y con v), Andrade, Costales, Aldabaldes, Escudero, Valdés, Cosío, Romero y Argüelles, y seguro nos faltan otros veinte...

De la severa modestia del Colegio a la riqueza y solemnidad de las funciones "ignacianas" en la hoy Basílica, antes simplemente "Iglesiona", medió un abismo, una orgía de dinero, de columnas, de frescos, de himnos y órganos... ¡Qué ricos los revestimientos! ¡Qué albas, qué amitos, qué cíngulos, qué estolas, qué casullas, qué dalmáticas...! Y qué "tentempiés" para las autoridades en los alrededores de la Sacristía preparaban con todo amor y desviviéndose las Adoratrices, las Agustinas y las Hermanas del Santo Ángel... "Casa Rato", se desvivía por los dulces y chocolates...

¡Todo Gijón con San Ignacio! ¡San Ignacio con todo Gijón!, clamaba en éxtasis el R. P. Calderón en julio, con el mismo celo y pasión santa con que en febrero había predicado la "misión" por los barrios obreros, sus "huertas", "patios", "ciudadelas" y "callejones"... ¡Todo Gijón con el Sagrado Corazón! ¡El Sagrado Corazón con todo Gijón!...

Y tras el cumplido a San Ignacio, el Gijón que cerraba el primer tiempo de su verano, para abrir el segundo con el Primero de Agosto, que era "el todo" Gijón, viajaba hacia "La Meca", más allá del río Piles a pie, o en carretera, landó, caballo o "charré" para cumplimentar y felicitar sus días a Ignacia Bernaldo de Quirós y González Cienfuegos, unas veces ministra, otras presidenta del Congreso, también embajadora en el Vaticano -como lo fue la querida amiga Pilar Lasarría, esposa de Puente Ojea, que entre el 31 de julio y el 1 de agosto abandonó este mundo pecador desde su caserío de Getxo, donde sus cenizas reposan...

Fiesta jesuítica de San Ignacio de Loyola, ya vista; y fiesta mundana de los días de doña Ignacia Bernaldo de Quirós y González Cienfuegos, hija del marqués de Camposagrado y legítima esposa del Excmo. Sr. Alejandro Pidal y Mon, zar de las Asturias, que nos queda por ver..., como nos quedan por "recordar" las fiestas rumbosas de agosto en la Gigia Sexta Augusta..., tan superiores al lamentable "Arcu" de los 300.000 euros fallidos, tan fallidos como lo que se gasta en la Schola Cantorum, que no pasa de ensayos, de las óperas de Juvenal... ¡¡Falstaff!!

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