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Musicólogo

Alon Goldstein: sensibilidad y sutileza al piano

Era el día en el que el Sporting volvía a primera (y contra el Real Madrid), una tarde calurosa de un domingo de agosto. Todo parecía contraprogramar el concierto de Alon Goldstein en el teatro Jovellanos, y sin embargo, minutos antes de las 20:30, había colas en la taquilla y el patio de butacas superaba los tres cuartos de entrada. Impresionante, sobre todo teniendo en cuenta la escasa concurrencia que suelen registrar los conciertos de música clásica incluso en temporada. La explicación: que Gijón en estos días es una de las ciudades más pianísticas del mundo gracias al prestigio y al poder de convocatoria del "Festival Internacional de Piano"; una cita que crece año a año y que congrega en nuestra ciudad a alumnos, profesores e intérpretes procedentes de las más diversas latitudes.

El del pasado domingo era uno de los grandes eventos programados en esta edición. Goldstein volvía a Gijón en solitario (a principios de año estuvo en el Jovellanos con "Tempest trio") y lo hacía para dar rienda suelta a la sensibilidad que caracteriza su forma de entender el piano. Salió al escenario del Jovellanos con decisión y comenzó el concierto con premura, como con prisas por hacer sonar el aria "Amor y muerte" con el que finaliza la ópera "Tristan e Isolda" de Wagner; una pieza reducida al piano por Franz Listz que recoge a la perfección el estilo romántico del compositor alemán.

Goldstein supo darle a esta pieza el aire adecuado, adentrándose en la densidad wagneriana, sacando a la luz con elegancia las melodías que parecían sumergidas en un cúmulo de notas que dibujan una tonalidad extendida que envuelve al oyente. Buen manejo de los tempos con retardos retóricos bien ajustados y un final aletargado en el que la melodía acabó por desvanecerse.

Cuando el público estaba ya sumergido en el romanticismo alemán, llegó el contrapunto con una selección de piezas de la "Música ricercata" de Ligeti; una pieza cargada de contrastes que recoge el estilo compositivo del compositor húngaro. Goldstein, entonces, desplegó todo tipo de recursos para ejecutar los dibujos melódicos, los pasajes picados, así como los ritmos vivos y los lentos. Fue sin duda uno de los momentos más interesantes del concierto.

Más convencional resultó "Oiseaux tristes" de Ravel, una pieza llena de melancolía y con un lenguaje claramente impresionista plagado de matices. Para terminar esta primera parte del recital, el "Valle de Obermann" de la suite dedicada a Suiza por Franz Listz; una pieza lenta que a veces parece no avanzar, una obra perfecta para el lenguaje de Goldstein, que emocionó con la belleza del tema principal y con la tormenta de graves al final. Fue el momento más emotivo del recital, y desató la ovación del público presente.

La "Sonata para piano en Do menor" de Schubert copó la segunda parte del programa. Estructuras clásicas con lenguaje romántico; una muestra perfecta de la transición musical al siglo XIX interpretada con solvencia y sin complicaciones, con un brillante segundo tempo en el que Goldstein consiguió conjugar la solemnidad del tema con la disolución del compás en varios pasajes, y un ágil allegro final. Como propina, Goldstein volvió a emocionar con una danza del argentino Alberto Ginasteros, y la ovación mereció una segunda propina. Gran actuación de este pianista estadounidense, a la altura del festival, que esta semana ofrecerá de forma gratuita los recitales de jóvenes intérpretes (miércoles y jueves) y el concierto de Olaf John Laneri el viernes en el teatro de la laboral Ciudad de la Cultura.

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