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Miserables

Multar por pedir o cómo ocultar la pobreza en vez de solucionarla

Gijón se ha estrenado en multar por pedir en la calle. No estamos solos, el hito nos ha acercado a grandes urbes que, escandalizadas por la visión de la pobreza en sus rúes, han redactado ordenanzas que frenan con sanciones esta escalada de impudicia -Madrid lo hace, por ejemplo, con 750 euros- de manera que las personas que se encuentren en una situación personal tan calamitosa que el hecho de mendigar se les haga soportable, eviten la tentación en un último rapto de lucidez por miedo a hundirse aún más en las arenas movedizas de su miseria.

Entiéndame, no pretendo caer en dogmatismos, todo estaría en coherencia y consonancia con nuestra concepción de la dignidad de las personas y su preservación, si nuestra situación fuera otra. Con una coyuntura como la actual de empobrecimiento casi sistémico, índices de desempleo históricos, entidades públicas y privadas para la asistencia social debilitadas por los recortes y desbordadas por la demanda, ir a cortarle la mano al que mendiga esgrimiendo una ordenanza para la cívica convivencia se antoja una obscenidad, el fracaso colectivo llevado al paroxismo.

La pobreza no se esconde, se resuelve. En esa simple pero estratégica capacidad reside el éxito de un gobierno, de toda una sociedad. Lo contrario nos hace descender a todos un peldaño más hacia otra miseria, la moral, de cuya exhibición pública, sin embargo, no se tiene noticia de sanciones.

En el caso de Gijón, el protagonista es un vecino de El Coto, parado de larga duración con una prestación ínfima, que mendigaba a las puertas de un supermercado de El Llano para completar su renta exigua con la piedad ajena. La policía actuó ante las quejas de algunos viandantes y aplicó la actual ordenanza cívica municipal que prevé sanciones para quienes hagan un "uso impropio" de los espacios públicos, concepto suficientemente laxo como para incluir este tipo de casos junto con otros seguramente también opinables. Pero centrémonos en éste.

El gijonés no habrá de pagar la multa, es oficialmente insolvente, pero si algún día recuperara la normalidad en la que un día vivió y que creyó segura, le espera esta deuda -probablemente otras- para recordarle que su dolorosa pérdida de dignidad perturbó la mirada de sus convecinos, que estos prefirieron presuponer su sufrimiento a verlo de cuerpo presente.

A cuántos de nosotros nos perturban estos días esas imágenes para la vergüenza del éxodo sirio y de tantas otras gentes desesperadas, humilladas, enloquecidas, agónicas, en nuestras fronteras, ese el Guernica eterno, universal de la infamia. Y allí estamos también, esgrimiendo civismo para darles el alto y devolverles al infierno desoyendo sus lamentos; a lo sumo, les abandonamos al olvido en un purgatorio asistido por oenegés. Pero que les neguemos la mirada no significa que no existan.

Es simple, alejar la visión de la miseria como única solución a la miseria nos vuelve definitiva e irremediablemente miserables.

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