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De lejos

La experiencia de tener cerca a un mito como Lina Morgan

A los mitos hay que dejarlos lejos; verlos así, como por una rendijina. Al fondo, algo borrosos. Son, en efecto, responsables de ese disco, ese libro, esa película que pasan los años y no te abandona, o que simplemente te acompañó por unas horas. Da igual, de una u otra manera son personas a las que admiras o por las que sientes simpatía y que a veces, por azares azarosos, llegas a tener cerca. ¿Se puede juzgar a una persona en cinco minutos? No, no sería justo. Pero sí que se puede conectar o no con ella. Y ella, Lina, a mí me resultó particularmente fría. ¡Qué narices! Me resultó tan gélida que me sentí poco abrigada.

"¿Adivinas quien vino hoy a la Feria? Lina Morgan. Sí. La misma". Fue de las primeras personas famosa que tuve cerca como periodista. Hace 10 años. Cuando yo era becaria y acompañaba a Toni Rodero en el programa de la SER "Asturias a las siete" que en la primera quincena de agosto se emitía en directo (aun se hace, pero bajo otro nombre) desde el recinto ferial Luis Adaro. Lo hacíamos en mitad de la feria, en una pecera acristalada con las puertas abiertas a las que se asomaban las paisanas a preguntar sí regalábamos algo, y también, claro, muchos admiradores de Toni y de la propia Cadena.

Ese día no estaba Lina en la escaleta del programa. Llegaron por sorpresa desde la organización para ofrecer su presencia porque le otorgaban un premio en el día de los mayores o algo así, creo recordar. Y Rodero, que no tenía entrevista preparada pero que es una excelente profesional, aceptó la propuesta. A los pocos minutos apareció la Morgan enfundada en unas enormes gafas y más regia que cualquier regia reina que uno se pueda imaginar.

Yo la miraba entonces desde una silla, buscando a Lina. A la de la tele. A la que me hacia reír de guaja. Bien es cierto que era pequeña. Cuando me reía con ella, digo. Pero me reía con fuerza, supongo que como ríen los niños; a veces por contagio -porque la sala se ríe, porque la risa se pega- y otras porque de verdad me hacía mucha gracia.

Las escenas eran para ello. Argumentos facilones de enredos varios. Él piensa y ella entiende, él cree y ella no sabe? La hija, el padre, la tía, la guapa, la beata, la fea, la aldeana, la señorita?. Casi todas interpretadas por ella; ella misma, que estiraba las piernas, se enredaba en sí misma, asomaba el labio hacia fuera, como si fuera a sorber la sopa y posaba el gorro de lana sobre las orejas mientras bizqueaba. Todo un repertorio de muecas siempre efectivas, más si la audiencia lo que ansía es ver al clown tropezando en la pista. Amén, claro, de su contribución a dignificar a las mujeres cómicas en España, reírse de las exigencias físicas de la época encarnadas en las vedettes, pasar el destape si destaparse y otras lecturas más sesudas de su trabajo que hago ahora y que, desde luego, no hacía siendo niña.

Pero esa señora que respondía seca con la piel estirada no parecía Lina Morgan. Rodero la entrevistaba con ganas, como hacen los buenos periodistas, y recuerdo que Lina respondía entre desdeñosa y fatigada. ¿Se puede juzgar a una persona en cinco minutos de entrevista? No, no sería justo. Desde luego, que Lina Morgan hiciera comedia no la obligaba a ser graciosa detrás de las cámaras. De hecho, eso no la obligaba ni siquiera a ser educada. Y esa enseñanza fue, precisamente, lo que me llevé a casa aquel día. Saber que ella no estaba obligada a ser quien representaba. Bueno. Me llevé eso y la pena de no haberme sacado una foto con esa señora tan sosa que vista de lejos, como hay que mirar a los mitos, era la mar de graciosa.

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