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Compositor y director musical

La Europa insolidaria

Ante un drama como el que llama a las puertas del continente sólo vale la humanidad

Cuando se fundaban los principios de la actual Unión Europea tras el desastre de la II Guerra Mundial, la solidaridad y la equidad entre iguales, entre vecinos, entre países cercanos, fue la raíz y el tronco de un marco de crecimiento social y político único y esperanzador.

La Europa de los derrotados y de los vencedores, dejaba atrás el horror de dos guerras incruentas para abrir paso a un tiempo nuevo de justicia y de encuentro, de estrechar lazos y cerrar viejas e ¿incurables? heridas.

La Europa de los pueblos, la Europa de perfil social envidiable y envidiado por otras latitudes y democracias que siempre han visto en la vieja señora un referente inigualable, ha despertado al monstruo de la diferencia, de la insensatez e insensibilidad.

La europa con minúsculas, es la que se impone, lamentablemente, a la Europa de la sensatez, de la cordura, de los puentes y de las vías que acercan en vez de separar.

La europa callada ha silenciado definitivamente a los que aún creen en la humanidad y en la decencia, en la dignidad y en la credibilidad de las políticas que en realidad, firmamos todos en los plebiscitos a los que acudimos de vez en cuando para tranquilizar nuestra ya inservible conciencia colectiva de continente rancio y terminal al que las entrañas se le han consumido, devoradas por sus propios hijos incapaces de entender el dolor de los iguales.

Esa europa vieja y rancia, decadente y salvaje, brutal y sanguinaria, habla de cuotas, no de personas. Habla de levantar muros en vez de retirar alambradas que cercenan la vida y la piel de los que se la dejan en el camino tratando casi siempre en vano de regalar un pedacito de calidad a sus famélicos hijos.

Los campos de refugiados son la vergüenza que los gobiernos de la UE aplauden en consejos soterrados y milimetrados en los que ningún periodista puede entrar. Han decidido dar carpetazo a la vida e instalar la miseria, el dolor y lo feo en medio de ninguna parte. Entre tiendas rotas y antidisturbios, o militares de baja condición y perfil, se encuentran las cansadas sombras de los que abandonan su hogar, se juegan la vida y finalmente la pierden en un limbo legal de ilegalidad sostenida con fondos europeos, de estos reservados para contingencia incontenibles...

La europa de la mentira, del antifaz y de la tacañería, se ha instalado en el corazón opaco de nuestros políticos, esos que elegimos por si... pero de ninguna manera se atreven a poner los ojos en los ojos de aquellos que nos observan desde sus marcadas ojeras desgatadas, desde las arrugas y cicatrices de una piel, de unos cuerpos lacerados con fuego por el destino cruento. La soledad de los campos, contrasta con la sonrisa falsa ante las cámaras de aquellos que deciden cuántos entran o cuántos se quedan sin entrar.

No valen los populismos ni los discursos baratos, fáciles, oportunistas. Políticas reales, soluciones reales, pero ante todo, humanidad, generosidad, respuesta colectiva y sensibilidad que transformen la miseria en oportunidad, la desesperanza en presente y la muerte en algo irrepetible.

De alguna manera todos somos responsables de la suerte de estos vecinos, de estos hermanos que se han quedado huérfanos de casi todo, menos de su dolor. Nosotros no dictamos leyes, pero debemos exigir un gobierno digno, valiente, decidido y firme. Que no negocie con la condición humana, que no exija cuotas gratuitas, que no tenga miedo a decirle a los demás que en este país sabemos y conocemos el dolor de la migración, de la suerte de los que se van y de los que se quedan, de los que lo han perdido todo o aún creen en la esperanza de encontrar algo mejor. Somos responsables de mirar a los ojos al horror de los miles de menores que pasarán los próximos siete o diez años en un campo y decirles que al menos, entendemos y compartimos su dolor, y que nos comprometemos a no olvidar ni sus rostros, ni su historia, ni su rabia.

La Europa en la que aún creemos es la que todos construimos y acompañamos en su vuelta a la decencia, a la solidaridad, a una fraternidad sin muros y a un futuro que se hace presente en cada pequeño gesto cotidiano de cada uno de sus ciudadanos.

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