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Crítica / Arte

Gregorio Prieto y la fotografía

La exposición titulada, "Gregorio Prieto y la fotografía", fue presentada por primera vez en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) durante la primavera del año 2014. Con este motivo se publicó un catálogo con textos de la comisaria Almudena Cruz Yábar y de Juan Manuel Bonet. Almudena se dedica a detalles de la vida, temperamento, y circunstancias del pintor Gregorio Prieto (Valdepeñas, 1887-1992), a la vez que se adentra en el contenido y fecha de las fotografías expuestas, una labor importante y de mucho mérito. Mientras que Bonet se centra en el contenido del llamado "Postismo".

El visitante se encuentra con tres espacios. En la primera planta del museo "Marinero y estatuas en Roma (1928-1933)", 32 fotografías y 2 pinturas. En la segunda planta, "Exilio y regreso a España (1948-1955)", 20 fotografías. Más un tercer espacio bajo el título "Últimos collages y el Postismo", donde se mezclan collage, fotografías y obras relativas a los manifiestos del llamado "Postismo". Todas las obras proceden de la Fundación Gregorio Prieto que atesora la obra artística, manuscritos y correspondencia del pintor manchego. La Fundación fue constituida por el propio Gregorio Prieto en la Cueva-Prisión de Cervantes en Argamasilla de Alba, el 18 de marzo de 1968 y está adscrita al Ministerio de Cultura como entidad privada con fines de interés general. Tiene domicilio social en Madrid y museo en Valdepeñas en una casa solariega del siglo XVIII rehabilitada a tal fin, que inauguró Juan Carlos I el 19 de febrero de 1990.

Lo primero es entender el carácter y circunstancias vitales de Gregorio Prieto que se formó en la Real Academia de San Fernando (Madrid), donde convivió con poetas de la generación del 27, alguno de ellos amigo suyo, como Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén y otros. Luego viajó a París, por entonces capital del mundo del arte, donde se sintió fascinado por el triunfante surrealismo proclamado por André Breton. De vuelta a Madrid, a sus 40 años concursó a una beca en la Academia Española de Roma y la obtuvo en la especialidad de pintura de paisaje. Allí conoció y trabó amistad con Eduardo Chicharro Briones, llamado Chebé (Madrid 1905-1964 ), también pensionado en Roma, hijo del director de la Academia. Chebé era aficionado a la fotografía y 18 años más joven que Gregorio Prieto a quien admiraba profundamente. Por su parte Gregorio sentía una gran curiosidad y admiración por la estatuaria greco-romana, de la que había muestras abundantes en las copias de yeso en la academia y piezas reales en los museos y edificios públicos romanos.

De modo que Gregorio Prieto propuso a su amigo publicar un libro a base de fotografías con textos poéticos y escenas o visiones mas o menos surrealistas, en las que posaría Gregorio para inmortalizar su figura. (Este libro nunca llegó a existir). Y nos referimos a su figura física, pues Gregorio Prieto era profundamente narcisista y ególatra, enamorado de si mismo como hombre guapo y apuesto, de tez morena, "moreno de verde lunas" que dijo García Lorca de Antoñito Camborio. Con su traje blanco de marinero, tal vez alusión al "marinero en tierra" de Rafael Alberti, un traje que contrastaba de maravilla con su piel broncínea, se paseaba por las calles de Atenas captando la atención de la gente, que le seguía hasta perderle de vista. Con este traje posaba ante la cámara de Eduardo Chicharro ante un espejo, como buen Narciso, o llevando de la mano un pajarito o un barco velero. Con traje de marinero hace guardia bajo la cabeza colosal de Augusto en el Cortile de la Pigna del Vaticano. O posa bajo la estatua sin cabeza de un emperador romano, poniéndole la suya propia en un cuadro pintado posteriormente. Llevado del deseo de alcanzar y poseer la belleza idealizada de los antiguos griegos, el artista manchego se retrataba desnudo sobre los yesos de la academia, o abrazando a la Venus de Medici o simulando pelea con el Apoxiomenos de Lisipo. Y es que Gregorio Prieto se sentía el Auriga de Delfos, el David de Miguel Ángel o el propio Adán creado directamente por Dios en el techo de la Sixtina. Al fin y al cabo las poses más provocativas del manchego se centraban en dos temáticas: lo erótico y lo religioso. Provocaciones que nunca llegaban a lo vulgar, antes bien se apoyaban en un hecho histórico, pues en el primer Renacimiento italiano del siglo XV y hasta el destape de Lutero en 1517, la Iglesia Católica aceptó de buen grado la cultura greco-romana. Otra de las pasiones de Gregorio fue fotografiarse con maniquíes, que había puesto de moda el pintor metafísico italiano Giorgio de Chirico.

Durante la Guerra Civil, Gregorio Prieto se exilió en Londres, regresando a España once años después, en 1947. Vivió este exilio voluntario como muerte y prisión, como una crucifixión o fijación a la cruz o una corona de espinas en la cabeza. Ansiaba volver a su tierra, pues la única revolución que le interesaba no era política ni militar, sino estética y narcisista. Sus obras de esta época están llenas de guitarras y toros, homenajes a Goya y Velázquez. Se siente como un condenado a muerte, sueña y persigue a su patria como Apolo corre tras Dafne en la famosa escultura de Bernini. Lo único bueno que le ocurrió durante su exilio en Londres fue encontrar un nuevo y entusiasta fotógrafo, el hispano-inglés Fabio Barraclough.

Veamos por último que es el "Postismo", contracción de las palabras post-surrealismo. O sea, lo que viene detrás de todos los "ismos", la muerte y desaparición de las vanguardias históricas. Un "ismo" último y definitivo, inventado para suavizar el desprestigio del realismo fotográfico en la época de las vanguardias. Para ello había que convertir la realidad captada por la máquina de imágenes en algo mágico o surrealista, algo más allá de la realidad. Hubo varios manifiestos del "Postismo", pero su principio fundamental es la mezcla de elementos sensoriales con las imágenes del subconsciente. De modo que la facultad dominante es la imaginación, que debe trabajar a su antojo sin prejuicios ni miramientos, llegando al absurdo, la locura y el disparate. Lo curioso del caso es que el "Postismo" fue un movimiento esencialmente literario, cercano al esperpento de Valle-Inclán o las greguerías de Ramón Gómez de la Serna.

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