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Crítica / Música

La OSPA exhibe músculo con Chaikovski

Nueva temporada de la OSPA, y en la programación queda patente que Oviedo es la ciudad sinfónica de Asturias, mientras que Gijón y Avilés se reparten la suerte de ser la elegida para una segunda función. La escasa entrada que suele registrar la música clásica en el Jovellanos, desde luego, no ayuda a programar en la ciudad. Sin embargo, el pasado jueves se percibía que la cosa era diferente; minutos antes de empezar, la cola en la taquilla era más larga de lo habitual, y en los alrededores del teatro se respiraba el ambiente de los grandes conciertos. Ya en el patio de butacas, lleno absoluto. La OSPA celebra los veinticinco años esta temporada, y lo hace arrancando con entradas a un precio muy reducido y con un programa que sirve como reclamo para atraer espectadores a su concierto.

Vivaldi y Chaikovski, dos compositores alejados en tiempo, tradición y lenguaje, compartieron el protagonismo en el repertorio. Una mezcla extraña, difícil de entender si no es en términos de concesión a un público ávido de grandes éxitos. Y eso pareció regir la decisión de abrir con "Las cuatro estaciones" del compositor italiano, el primer CD de una colección de quiosco que cualquiera puede tararear. La OSPA quedó reducida a orquesta de cámara, un pequeño grupo de cuerda con un concertino diferente para cada concierto. La pieza sonó bien, con el brillo característico de los violines de Vivaldi y el "perpetuum mobile" del barroco; fue una interpretación comedida, sin dejarse llevar por excesos pero en la que cada solista pudo lucir sus dotes de virtuoso. Todo correcto, lo más interesante la percepción que el directo brinda de la estructura de la obra: intercambio temático entre grupos de cuerdas, diálogos, desarrollos. Milanov estático, y es que poco hay que dirigir en un conjunto de cámara interpretando un concierto barroco.

Afortunadamente, la segunda parte nos devolvió a la OSPA sinfónica, la gran orquesta capaz de afrontar repertorios exigentes y ofrecer todo el color que precisa una pieza como la "Sinfonía nº 4" de Chaikovski. Las trompas con las que comenzó el primer movimiento anunciaban algo grandioso, y la sonoridad plena que inundó el teatro a continuación no dejaba dudas sobre la capacidad de la orquesta. Milanov condujo con acierto los tiempos, repartió juego entre los grupos de instrumentos para lograr la adecuada riqueza tímbrica y manejó un amplio rango de intensidades que en los fortísimo hacían vibrar el suelo del Jovellanos. Todo a base de temas con la belleza y la elegancia característica de Chaikovski; con este compositor todo fluye a la perfección, especialmente en pasajes ternarios como el de este primer movimiento. El sentimiento y el lirismo del segundo tiempo dio paso a un "scherzo" que comenzó con un largo pasaje de pizzicatos; puro nervio, sensacional la cuerda al completo. Por su parte, el estruendo con el que arrancó el cuarto movimiento sobresaltó a más de uno en su butaca; este último fue espectacular, con una cadencia preparada, precedida de un crescendo que obligaba a contener la respiración.

Al final, ovación de las que hacía tiempo que no se oían en un concierto de la OSPA y es que tenemos que remontarnos a la temporada de 2012 con la "novena" de Beethoven para recordar algo así. La orquesta espectacular y en plena forma, pero mejor cuando es sinfónica que cuando juega a conjunto de cámara.

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