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¿Practicas o trabajas?

La polémica acerca de las prácticas no remuneradas de alumnos de FP en actos vinculados a los Premios

Las redes sociales han viralizado la queja de alumnos del Centro Integrado de FP de Hostelería y Turismo de Gijón denunciando que la propuesta de hacer prácticas en actos relacionados con la entrega de los Premios Princesa de Asturias encubría una estrategia para captar mano de obra gratuita. Seguramente sin Twiter y Facebook el desahogo no hubiera llegado más allá de la comunidad de vecinos pero nuestro mundo hace rato que es -con sus grandezas y miserias- aldea global, de manera que las explicaciones de las entidades implicadas no se hicieron esperar, así como las consecuencias directas: la paralización del acuerdo de colaboración entre el centro gijonés y el Hotel Reconquista, donde se iban a llevar a cabo las prácticas de la discordia.

Que los estudios de Formación Profesional tienen un alto componente práctico parte del cual se desarrolla en centros de trabajo reales como desempeño no remunerado pero evaluable e imprescindible para la consecución del título, es cosa que nadie que esté mínimamente familiarizado con ella puede obviar. Éste es precisamente su valor añadido en un sistema educativo, el español, que ha vivido en distancia soberbia con el mundo profesional, salvo curiosamente en lo que se refiere a profesionalizar la enseñanza, ahí se ha emprendido una auténtica cruzada para salvarla de intrusos, muchos de los cuales, sin embargo, qué bien hubieran venido para evitar males crónicos y mejorar ciertas comparativas vergonzantes. Pero ésa es otra historia?

El mercado de trabajo -las estadísticas son tozudas- agradece el oficio con el que ya cuentan los titulados superiores de FP frente a la carga teórica necesitada de consecuciones prácticas de los universitarios. Estos últimos saben que, una vez titulados, han de pasar por el purgatorio de aceptar ser becarios para aspirar a ser reconocidos algún día como profesionales. Es el momento de descubrir -a todos nos ocurrió- que lo que nos contaron en las aulas se encarna de formas muy diversas en la vida. Callar y aprender.

De hecho, un joven en prácticas -de su futura o ya oficial profesión, según el caso- es al principio una pequeña carga, precisa orientación, tiene miedo patológico a cometer errores, por eso nunca olvida las personas y los consejos que le acompañaron en esa etapa. A partir de cierto momento, se siente más seguro, propone ideas y es colaborador comprometido y leal, es decir, aporta valor al centro de trabajo en el que se encuentra. Ahí se hace imperativa ya, si no lo fue antes, una justa remuneración económica y un acuerdo laboral.

Como la crisis ha pervertido las reglas del juego del mercado de trabajo o dado un pretexto magnífico a quienes desde siempre rabiaban por pervertirlas en su beneficio, el concepto de joven titulado en prácticas se ha cronificado, vuelto laxo y convertido en el bucle perverso del abuso. Con la zanahoria de tener visibilidad en el sector y hacer currículum, y con la promesa vaga de un posible contrato, hay eternos becarios que superan los treintaicinco, gentes que retornar a las condiciones de gratuidad a los cincuenta y otras que hasta pagan por trabajar para cotizar lo mínimo. Sucede y debería abochornarnos como sociedad aunque, como en casi toda tropelía, la abochornada es la víctima.

Víctimas también son los profesionales y empresas que podrían estar prestando los servicios de ese personal en presunto estado de prácticas, con lo cual el impacto negativo es doble y, en el colmo de la perversión, convierte en enemigos a quienes simplemente luchan por salir adelante.

En este contexto y justamente para dejar claro que el sistema educativo pretende contribuir a profesionalizar el mercado de trabajo, no a precarizarlo, es más aconsejable que nunca la prudencia y la transparencia con las personas implicadas y ante la opinión pública, cuando instituciones, entidades educativas y colaboradores privados se implican en estos procesos que, si son formativos, han de serlo indubitadamente para todos: los profesionales son unos, los aprendices son otros.

Ni un joven en prácticas puede sustituir a personal cualificado ni debe nadie tener la voluntad ni siquiera la impresión de que así está siendo, mucho menos bajo el paraguas de un centro formativo.

Y de la misma forma que hay que condenar taxativamente el abuso bajo la etiqueta de personal en prácticas, también hay que impedir que oportunidades de aprendizaje en entornos profesionales reales se trunquen por excesos de celo, malos entendidos o instrumentalización de personas para alentar debates que han de desarrollarse en otros contextos. Al final, todos salen perdiendo.

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