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Alejandro Ortea

Varadero de Fomento

Alejandro Ortea

Necesario toque de color

Las protestas alrededor de los premios "Princesa de Asturias" ya forman parte del paisaje regional

Toca la semana en la que se celebran en Asturias las jornadas de exaltación borbónica al hilo de los ahora premios "Princesa de Asturias". Esta condición que lastra a los ya famosos galardones desde su origen es fuente de incontinencia para novatos en política, como son los de Podemos, encarnados en sus diversas marcas municipales, o para viejos gallos con mucho espolón y mucha cara dura como el veterano concejal "Rivi" de la IU de Oviedo.

Si no fuera por su lastre de nacimiento, estos premios que ahora ponen a nuestra pequeña provincia en el mapa, no serían y no habrían logrado la trascendencia que ahora tienen, de tal forma que su, llamémoslo así para entendernos, pecado original ha pasado a segundo plano mirado desde nuestro interés general. Es algo que existe, pero que pierde trascendencia por las ventajas que ofrecen al procomún asturiano.

Nunca he asistido voluntariamente a ninguna de las múltiples entregas de premios o actos alrededor de los galardones de marras, aunque por cuestiones profesionales he acudido a unas cuantas para dar cuenta informativa de ellos y he de reconocer que su liturgia no coincide con la personal idea que uno tiene de este tipo de actos, aunque coinciden con ese modelo protocolario, por llamarlo de alguna manera, tan español que se ha ido consolidando a lo largo de las últimas décadas.

Sí, son una feria de las vanidades en su máxima expresión con su ligero, decadente y hasta algo cómico toque provinciano, pero igualmente pomposa es la entrega de los premios "Cervantes" o la apertura del año judicial, por poner un par de ejemplos con la presencia del Jefe del Estado y nadie sale a la calle para organizar protestas por ello.

Las protestas a las puertas del Campoamor, con sus pancartas y sus banderitas republicanas, a la hora de los premios ya forman parte del mismo paisaje que la alfombra azul o las bandas de gaitas y tambores. Y tienen, al tiempo, el mismo toque un poco hortera y provinciano que los empingorotados asistentes al teatro.

Ahora ya no es el momento de las críticas presuntamente feroces a los premios, que se quedan en meras ridiculeces de mal gusto social, como tampoco es ninguna hazaña de corte social ponerse a criticar los fondos públicos con que algunas instituciones subvencionan a la fundación que los organiza.

En nuestro pueblo, pese estar tan cercano a la capital del Principado, se colabora modestamente y, en justa reciprocidad, se recibe otra modesta porción de la fama que proporciona el acontecimiento.

Ahora que han transcurrido los años y ya llevamos unas cuantas ediciones, si por un glorioso azar del destino cambiase la forma del Estado en nuestro país, seguiría habiendo premios en octubre que galardonasen la excelencia, pero sin príncipes ni princesitas y sin importar su origen o la procedencia de su fama. Y eso es lo que vale. Y no dudemos que, de darse esta situación, el día de la entrega a la puerta del recinto de entrega estarían con su pancartas y sus banderitas de lo que fuese, un grupo de los eternos descontentos, de los que se arriman junto a las cámaras de televisión para intentar que el mundo sepa de lo suyo, cuando no se dan cuenta de que, en realidad, se convierten en figurantes gratuitos del consabido montaje audiovisual, porque no hay acto público de repercusión sin un grupo de contestatarios que protesten.

Lo verdaderamente gracioso es que haya quien se moleste porque al acto se le proporcione el toque de color que significan los protestones y que, igualmente, haya quien lo considere un atentado no se sabe muy bien a qué.

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