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Gratitud

Días de distinciones internacionales en Asturias, pero también de tributo a la labor anónima de profesionales con vocación

Florence Nightingale, erudita británica precursora de la profesionalización de la Enfermería y defensora, de paso, del derecho de la mujer a disfrutar del desarrollo intelectual sin que fuera considerado una extravagancia, hablaba de observar, reflexionar, decidir y actuar con la máxima destreza como la secuencia elemental de la labor de enfermería. En realidad, se trata de un pack básico de sentido común que bien podría aplicarse a cualquier desempeño profesional: decidir antes que reflexionar o sin haber observado adecuadamente puede ser, según el caso, una auténtica temeridad.

El detalle es que esta mujer apasionada de las matemáticas y la estadística formuló su paradigma cuando la asistencia a las personas enfermas estaba considerada una labor meramente caritativa -y, por supuesto, femenina-excepto, claro está, en el caso del sagrado ejercicio de la Medicina, que ya había sido bendecido por Hipócrates veinticuatro siglos atrás. Ella, hace escasamente dos, decidió patrocinar la Enfermería y no erró: la atención sanitaria no se entiende hoy sin estos profesionales. Son imprescindibles.

Nightingale recibió muchas distinciones en su longeva existencia pero cuentan sus biógrafos que lo que realmente le conmovía y motivaba era la felicidad de las personas curadas o reconfortadas por su buen hacer. Otra cosa es la capacidad posterior de expresar gratitud pero -respetemos el orden, como en la ecuación inicial- primero va la curación, luego la felicidad y al final, dependiendo del caso, que a una le den las gracias o que sepa una darlas.

Dos enfermeras del Hospital de Jove acaban de recibir un homenaje de la Asociación Asturiana de Enfermos de Crohn y Colitis Ulcerosa, por su dedicación de lustros en el cuidado de las personas que han tenido que ser intervenidas del intestino y deben utilizar toda su vida una bolsa. Son Malen Gómez y Sonia Lugilde. Como ustedes quizás imaginan, Sonia es mi hermana. No quisiera hablar de ella una palabra más que de su compañera, no me parece correcto aunque evidentemente la conozco bien y sé cuántas cosas la motivan en su entrega y ese estado casi estratosférico de perseverancia. El caso es que ambas son ejemplares. Y lo dicen quienes realmente lo saben: sus pacientes.

El homenaje les llega a estas dos gijonesas cuando les espera la etapa más fructífera de su carrera profesional en el campo sanitario, es decir, recién entradas en la cincuentena, cuando tantas otras personas son incomprensiblemente consideradas ya por el mercado de trabajo como irrecuperables; uno más de los imperdonables errores que pagaremos bien caros en este mundo endiablado.

A Gómez y Lugilde les queda mucho carrete por delante y, por ponerles un ejemplo, mientras escribo estas líneas, mi hermana está en la ciudad norteamericana de Cleveland, profundizando en nuevas técnicas de atención tras una ostomía intestinal. Ya ven, no todo es fuga de talentos, muchos y muchas ejercen de auténticas hormiguitas del camino de ida y vuelta, en decir, barren para casa.

Hay muchísimas más personas a nuestro alrededor bregando en la militancia silenciosa del buen hacer profesional. Ojalá todas fueran sacadas del anonimato en algún momento de su vida, empujadas por la gratitud de quienes se benefician de su buena praxis.

En esta semana asturiana de galardones de gran impacto mediático, tanto por las instituciones implicadas como por las personas y entidades de renombre cuya labor es reconocida, han sucedido estas otras pequeñas cosas que les cuento. Varios homenajes -otro de ellos por parte de la Asociación Niños con Cáncer Galbán a las oncólogas pediátricas asturianas María Galbe y Mª Jesús Antuña, por ejemplo- y la labor diaria de ese ejército discreto de tanta buena gente afanada en lo suyo.

Perdonen la ingenuidad pero un mundo mejor es posible. Y hasta sencillo, basta con que cada cual lleve a la excelencia por pura vocación lo que mejor sabe hacer.

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