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Musicólogo

Talento y puro nervio

Se la esperaba con ganas. Hiromi Uehara volvía a la ciudad para abrir los platos fuertes del Festival de Jazz en el Teatro Jovellanos y no defraudó a un público que acabó puesto en pie y con una cerrada ovación tras algo más de hora y media en el que las notas que salían del piano parecían multiplicarse en el aire cargando la atmósfera de tensión y energía. Fue una ejecución a golpe de arrebatos, plagada de nervio, y es que la pianista japonesa dio pocos respiros a los asistentes y se centró en mostrar su virtuosismo con el instrumento en una propuesta que planteaba un diálogo constante con la batería y con el bajo, que lejos de relegarse al mero acompañamiento tomaron parte activa y contribuyeron a convertir la actuación en un espectáculo vibrante.

Un vistazo al escenario antes de comenzar la actuación bastaba para deducir que la imponente batería que había en el escenario iba a tener su protagonismo. Lástima que en varios momentos la contundencia de los golpes ahogaran el sonio del piano, pero si fue deliberado, en la mesa de sonido debían saber que el efecto iba a ser arrollador. Hiromi comenzó a solo, con una melodía delicada de aire español a base de trinos, pero pronto llegó la poderosa batería a marcar el cambio de tercio y, a partir de ahí, se desató la carrera a base de cascadas de escalas que ascendían y descendían. Los compases irregulares, las progresiones armónicas con regusto a rock progresivo y los desarrollos temáticos entrecortados hacían que los temas discurrieran llenos de sorpresas.

El estilo de esta artista japonesa se ha definido como ecléctico, y quizás es el apelativo que mejor la caracteriza; rock, swing, blues y, por supuesto, jazz, se dan la mano indistintamente y sin complejos en sus temas, y resulta difícil predecir por dónde evolucionará cada desarrollo temático. El concierto fue una lección de control, un juego con el espectador que tan pronto se veía inmerso en una tormenta arrebatadora de sonido como encontraba una calma súbita;era como entrar el ojo de un huracán, ya que en cualquier momento podía volver la tempestad. Especialmente interesantes resultaron los contrastes del piano con los sonidos que extraía del sintetizador, un recurso que aportó puntuales notas de color tímbrico que daban vida a los temas.

Hubo espacio para una pieza en solitario, la única que discurriócon tranquilidad y sosiego. En "Place to be" Hiromi se creció sin prisas, asentando la melodía principal y dejando respirar los desarrollos. Pero fue un espejismo, porque el cierre del concierto retomó el nervio y sirvió para que Simon Phillips se luciera con un solo de batería que hizo vibrar el teatro y que culminó en un tumbado de salsa al piano. Una vez más, la sorpresa, el recurso inesperado. Y gustó.

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