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Musicólogo

El jazz se pliega al canon

El Festival de Jazz de Gijón sigue apostando por la variedad, y en los últimos años nos tiene acostumbrados a propuestas de muy diversa índole. Artistas con estilos y lenguajes muy dispares que cubren espectros diferentes de un género que ha evolucionado por distintos caminos desde principios del siglo XX. Si el jueves la apuesta de Hiromi Uehara fue por el camino del eclecticismo y el juego de la sorpresa, el viernes John Scofield y Joe Lovano se ajustaron al canon. Estas dos leyendas vivas de la guitarra y el saxo, respectivamente, llegaron a Gijón para presentar su último disco, "Past Present", con un Teatro Jovellanos lleno que les hizo sentir como en casa.

El recital fue inequívocamente jazz, y no solo en la música, sino también en las formas: la puesta en escena, los turnos para improvisar sobre los temas, los aplausos "obligados" en cada solo. Todo discurría de forma demasiado canónica, nada se salía del guión, y así todo cumplía las expectativas del público que parecía celebrar el orden que imperaba en todos y cada uno de los temas. No hay nada de malo en ello, y siempre se agradece que el jazz suene a jazz, pero con muestras como el concierto del pasado viernes podemos entender fácilmente a lo que se refería Adorno cuando hablaba de la estandarización de este género.

Los temas eran largos, con una estructura estándar: exposición del tema principal, desarrollos que se alejan del motivo principal alternando solos de guitarra y saxo, y vuelta a la idea principal en conjunto para perpetrar una cadencia preparada. Contrabajo y batería mantuvieron su esperada función de colchón rítmico-armónico, creando las condiciones para los instrumentos melódicos, y tuvieron también su oportunidad para mostrar su virtuosismo en predecibles partes a solo. No hacía falta pedir turno, parecía evidente para todos en qué momento debía intervenir cada uno.

Todo fue correcto, aunque quizás demasiado. El lenguaje con claros tintes de bop, y versión de una obra de Thelonious Monk incluida, fluía y hacía avanzar los temas como un "perpetum mobile" barroco. Las piezas acababan porque tenían que acabar, pero parecía claro que, a base de desarrollos, podrían haber cubierto el concierto con una única obra. Hubo detalles de color con "bendings" en la guitarra, esforzados y efectivos agudos en el saxo para construir los clímax, pero nada que pudiera salirse de lo esperado.

Sólo al final del concierto, con un luminoso arranque de "Chap dance", que pronto fue reconducido al canon, y la propina en la que Scofield sorprendió con un riff de guitarra propio del rock, acompañado con palmas por los asistentes. El público se divirtió, nadie podía dudar de que lo que estaba viendo (y escuchando) era jazz, y cuando la expectativa se cumple la satisfacción suele ser el resultado. Pero a la satisfacción a veces le puede faltar la chispa que engancha, que emociona. Fue una propuesta conservadora, pero hay que agradecer que el jazz, en ocasiones, se comporte como jazz, y al festival que apueste por artistas para todos los gustos.

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