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5.ª Columna

Con Ladis en la puerta

Un personaje gijonés que era la encarnación pícara de la alegría de vivir

JuanRa Pérez Las Clotas, su amigo del alma, era quien advertía de la pronta llegada de Ladis. Para JuanRa no había verano hasta que Ladis se instalaba en Gijón. Y no es que se vieran cada minuto, ni siquiera cada día, pero para JuanRa, el forastero, recuerdo de vidas paralelas pasadas en el Madrid de los viejos tiempos y en el Oviedo nocturno, le traía a casa la alegría del "foriato" que llega a los baños de la estación balnearia. Y con él, el recuerdo de las mil aventuras líquidas y sólidas, corridas en la villa coronada. Los recuerdos de las noches de Oviedo. Peltó. La evocación de alguna hazaña de Peltó, resultaba obligada. Al menos una vez en la temporada, como los toros, o el sol. Como las conversaciones y las risas...

Ladis, chaqueta blanca, cara blanca, pelo blanco, era la encarnación pícara de la alegría de vivir. Y así lo recuerdo, bien apoltronado y contando y contando en la terraza del Banús, a Juanra "sorbiendo" delicadamente una Martini bien batido por Adolfo o Quillo, dependiendo del día o del turno; o en pie, "enquiciado" en la puerta de la confitería Helguera, donde con Marina, más que con Manuel, siempre en la bodega, nadie se sentía forastero. Ni los jóvenes profesionales del café de la mañana, ni los mayores de la tarde, ni las señoras y señoritas del pastel. Conozco a una dama joven que supo estaba embarazada cuando, de pronto, no pudo resistir la tentación de comprar una "palmera" de Manolo. Menos mal, la infeliz estaba casada.

Y Ladis para anunciar el verano y su llegada, se ajustaba a la puerta, entre local y Corrida, como si fuera hombre anuncio, o uno de aquellos empleados de la estación del Norte que picaban los billetes de acceso al andén, cuando costaba dos reales el despedir, o recibir, a amigos y familiares. Siempre de claro, siempre sonriente, siempre con sus periódicos del día bajo el brazo, "batiéndose verbalmente" a maldades con Marina, esgrima de la que no siempre salía victorioso...

Como jubilado del Banco de España, como en su día lo fueran su padre, su tío, su abuelo, ahora dicen que su hijo es el mismísimo dueño (P.A.) del Banco, conservó inmaculadas sus mejores energías. Por eso podía leer, escribir, beber, comer y disfrutar mañana y noche con JuanRa y Canellada, con Victorón y Arturo Fernández, "artista" de lo Llano, pero que nunca saludaría a una dama con la mano izquierda olvidada en el bolsillo, como suele hacer otro Fernández astur, entre presidente autónomo y patán de feria...

Gozaba Ladis de Gijón como los emires sauditas lo hacen en Marbella. "Tatá Tí, decía -Abú Abá bien niño, mientras acariciaba su balón de oro-, a su niñera cristiana, ¡Qué bueno es Alá!".

Lo mismo podía decir Ladis a Lola, su caricia, su compañera, "Lola, qué bueno es Dios que me deja amarte y escribir cada día y gozar de Gijón cada verano!

Los gijoneses de su clase, que nunca han faltado, supieron hacer de su vida en Gijón, no lamento indio en valle de lágrimas, sino canción de jardín umbrío con estanque y nenúfar, mejor y más alegre, que lo fuera en sus mejores tiempos, el Jardín de los Rendueles, donde había Catraines y Pelayos, naturaleza, juventud, belleza, baile y alegría... ¡y la botella de sidra valía a cuatro pesetas!

Porque Ladis formó entre lo mejor de la legión gijonesa de los nacidos para disfrutar la vida en casi permanente estado de felicidad, por encima y ajenos a toda ordinaria responsabilidad terrena: Ramón el Colorau, Dioni Viña, los Ceínos, -¡una tribu nacida para la eternidad!-, Martínez Gemar, Álvaro Ron, y habrá habido mil más, que ahora no recuerdo.

Nos ha dejado Ladis,... ¡otro florón que se nos cae de la corona gijonuda!.

No le pidan, por favor, una calle que no fue político ni siquiera Alcalde; recuérdenle en sus gestos, en sus artículos, en sus libros... Y así, su sonrisa más que pícara, bribona, vivirá, casi para siempre, en el Gijón "toneludo", mientras los gijonudos sepamos leer.

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