La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un cristiano consecuente

La rica personalidad de Pepín Llaneza, que fue un futbolista de grandes facultades físicas y un cristiano reflexivo

El 27 de enero de 1957 asistí en El Molinón a un partido entre el Sporting y el Real Oviedo, que acabó con la victoria de los locales por 5-1. Pese al resultado, me llamó la atención un jugador superdotado del equipo perdedor, el langreano Llaneza, que era sobrino de Marcelino Llaneza, uno de los párrocos carismáticos para los jóvenes sacerdotes de entonces.

No llegué a tratar entonces al jóven futbolista, pero me impactó su coraje, su fortaleza y sus portentosas facultades físicas.

Cuando en la primavera de 2007 regresé jubilado a España después de un periplo de 41 años como capellán de emigrantes en Holanda y Alemania, entré en contacto con Pepín Llaneza de la mano de dos amigos entrañables, los sacerdotes José Luis Martínez y Bardales, que me lo presentaron en la tertulia de Casa Rubiera.

Desde entonces me encontraba con Llaneza todos los viernes hacia las dos de la tarde en la mencionada sidrería, en la que degustábamos una botella de sidra en amable compañía con otros amigos contertulios: Ángel Vega, Antonio Cuevas, Faustino Martínez, Julio García Palacio, Luis Estrada, Manuel Pérez Regueira, Mario Diego, el inolvidable Oscar Mori y los ya reseñados José Luis y Bardales.

Después que los tres últimos emprendieron el camino hacia la casa del Padre, hacia las tres menos cuarto salíamos juntos Pepín y yo hasta la plaza del Parchís en la que nos separábamos: él hacia su casa y yo hacia el hotel Asturias, donde comparto mesa y mantel con otro grupo de amigos contertulios, en el que me introdujeron igualmente José Luis y Bardales.

A través de la tertulia y de ese camino que hacíamos juntos desde Casa Rubiera a la plaza del Parchís todos los viernes, fui descubriendo la rica personalidad de Pepín Llaneza: un hombre entrañable, amigo de los amigos, de convicciones profundas, ancladas en tres fuertes soportes: la familia, el trabajo y la fe cristiana.

Mantenía un recuerdo imborrable de sus padres, que le inculcaron esos mismos valores que él vivía agradecido y que trató de trasmitir a sus hijos, de los que se sentía tan orgulloso. El trabajo, la disciplina era otro de los anclajes de su vida. Y la fe cristiana, que le transmitieron sus padres, era de alguna manera el motor de su vida.

Sentía una gran admiración por su tío o primo Marcelino Llaneza, que era para él un referente, al igual que sus padres, de lo que significa ser cristiano. Cuando yo le decía que para mí había sido también un ejemplo de sacerdote encarnado en el pueblo, notaba la satisfacción que experimentaba.

Pepín Llaneza era un cristiano serio, reflexivo, consecuente, que trataba de vivir el Evangelio día a día, sin alardes, pero de una manera convincente.

Estuve a verlo en el Centro Médico de Oviedo después de su operación y rezamos juntos con gran devoción por su parte. Anteayer le visité en el hospital de Cabueñes: pienso que me conoció y se alegró de mi presencia. Recé a su lado un Padrenuestro y me dio la impresión de que repitió alguna de las peticiones.

En estos momentos el Padre ya lo ha acogido en su Reino con un abrazo lleno de ternura, como solía Pepín acoger a los suyos.

Compartir el artículo

stats