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La torre de mi pueblo

El pacto de las catacumbas

Historia de la semilla de un acuerdo sobre la Iglesia que el Papa Francisco puede hacer granar ahora

El título es sugerente. Evoca un acontecimiento que tuvo lugar en las postrimerías del Concilio Vaticano II, el 16 de noviembre de 1965, veinte días antes de su clausura y del que no se quiso hace publicidad. Los protagonistas: cuarenta obispos de diversas naciones y continentes que, desde los inicios del Concilio ya en octubre de 1962, cuando se vio que la problemática que se emprendía, contra lo preparado, era amplia, variada, importante y difícil, para la que la mayoría de los obispos no se veían preparados, comenzaron a formase grupos de estudio y reflexión ayudados por los teólogos y peritos. Uno de estos grupos fue el llamado "La Iglesia de los pobres", refiriéndolo a una alocución que tuvo el 11 de septiembre de 1962 el papa San Juan XXIII, un mes antes de la inauguración de la Asamblea Conciliar. La iniciativa la tuvo un sacerdote francés, Paul Gauthier, y una religiosa, María Teresa Lacaze, obreros los dos en Nazaret y a la que se fueron sumando obispos significativos como Lercaro de Bolonia, Geltier, Ancel -los dos de Lyon-el brasileño Hélder Câmara que será uno de sus grandes animadores y hoy camino de los altares,? Iniciativa que tiene como ancestro motivador la experiencia de los sacerdotes obreros franceses y la convicción que la Iglesia tenía que cambiar no solo de rostro y de imagen sino de modo y de finalidad de ejercer la misión por la llamativa deserción y el rechazo de la clase obrera europea. Como afirmó el cardenal Geltier de Lyón: "la situación mundial caracterizada por el sufrimiento de tanta gente, aparentemente no es lo que preocupa a la Iglesia. Este tema no se previó en el programa del concilio. La eficacia de nuestro trabajo tiene que ver con este problema?" Desde el primer momento el grupo al que se irán sumando pronto muchos simpatizantes, llegando a sumar más de quinientos, pretende lograr que la Iglesia sea no solo "para" los pobres, sino "de" los pobres , según la intuición formulada por el profético anciano Papa, y que se convirtiera en una de las líneas fundamentales de la reforma de la Iglesia. Jugó un papel importante sobre todo en las dos primeras sesiones, incluso llegó a proponer a Juan XXIII la creación de un Secretariado o una comisión con la finalidad de que la pobreza como categoría teológica estuviera expresada y manifestada en toda la reforma eclesial. La propuesta cogió al Papa Bueno ya enfermo.

A las reuniones de este grupo de "la Iglesia de los pobres" que se celebraban en el colegio belga y a las conferencias que allí daban los mejores teólogos de entonces, entre ellos el dominico Y. Congar, asistieron con la frecuencia de que les permitían sus trabajos en las diferentes comisiones, cardenales y obispos de primera línea, entre ellos el cardenal Montini que le motivó para algunos de los gestos sobresalientes que tuvo durante la celebración del Concilio: la renuncia de la tiara y la silla gestatoria, la austeridad que pidió expresamente para la celebración del Congreso Eucarístico de Bombay (allí fue donde conoció a Teresa de Calcuta), el viaje a Tierra Santa y el egregio discurso ante la ONU.

El grupo tuvo dos momentos estelares. El primero fue la intervención del cardenal Lercaro, el 7 de diciembre de 1962, una de los más aplaudidos en el aula conciliar según los historiadores, jornada aquella del final de la primera sesión en la que los cardenales Suenens de Bruselas y Montini de Milán encauzaron, después de los comienzos azarosos, el quehacer y la finalidad del Concilio. El de Bolonia dijo entonces que la pobreza, la sencillez, la austeridad no era simplemente un precepto moral o un criterio ascético sino una categoría teológica que pertenecía a la esencia de la Iglesia y que debiera de constar con relieve en la doctrina conciliar. El otro momento estelar, cuya luz, como la de las estrellas lejanas, nos llega ahora con más nitidez después de cincuenta años, es este del Pacto de las Catacumbas, en las catacumbas de Domitila, lugar al que iban a rezar con frecuencia los miembros y simpatizantes del grupo y en el que Pablo VI celebró también la Eucaristía en la basílica de los Santos mártires romanos pidiendo por el fruto del Concilio. En este lugar, a una hora muy temprana, después de la celebración de la Eucaristía que presidió el obispo belga Ch. Himmer de Tournai, porque Hélder Câmara tenía intervención en el aula conciliar, estamparan su firma cuarenta obispos, entre ellos el español Rafael González Moralejo, entonces auxiliar de Valencia, en un documento que puede ser profético para esta nueva etapa de la Iglesia. Son muchos los que afirman que contiene el espíritu en el que se inspira el Papa Francisco para la reforma que, contra viento y marea y con las dificultades y percances del entorno vaticano que estamos viendo en los medios y que él mismo denuncia en sus alocuciones, quiere promover en la Iglesia. No es un manifiesto. Son trece determinaciones. Unas son de carácter personal, que afectan al modo de presentarse con sencillez, sin apoyo en el poder, ligeros de equipaje y abandonando títulos anticuados y extraños al evangelio y otras referidas a opciones pastorales a tener en cuenta como nuevo estilo de evangelización que sea más creíble. Sé de muchos que las han cumplido. Son trece puntos que, en un momento, pretendieron constituir el llamado esquema XIV. La Magna Asamblea, después de cuatro sesiones no puedo con todo. Parte de lo pretendido por este grupo se encuentra en la Gaudium et Spes. Otra cosas, no estaban todavía maduras. Puede ser que haya llegado el momento. Desde luego, el Pacto de la Catacumbas, en el que hay quien ve el comienzo de la Teología de la Liberación, no es un recuerdo nostálgico. Es una semilla que, dados los acontecimientos y el talante de Francisco, puede ahora dar flor y granar.

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