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Musicólogo | Crítica

Chaikovski hace a la OSPA monumental

Ari Rasilainen condujo a la Sinfónica de Asturias con naturalidad y soltura en una actuación memorable

La OSPA volvió a la ciudad. Dos meses después de la apertura de la temporada, la orquesta del Principado regresó con un concierto de programa variado en lenguajes y formatos en el que, de nuevo, una sinfonía de Chaikovski sirvió de plato fuerte. La apuesta por las sinfonías del compositor ruso en esta temporada se está revelando como un acierto rotundo, y si la cuarta sonó contundente en el concierto de octubre, el pasado jueves la quinta demostró la versatilidad de una OSPA que se mostró monumental, ante la cantidad de desarrollos temáticos, colores tímbricos y texturas de esta obra.

El inicio del concierto fue un soplo de aire fresco. "Cantos de pleamar", del aragonés Antón García Abril llenó de intensidad el teatro Jovellanos, y lo hizo sin abusar de recursos dinámicos ni de estructuras de tensión-relajación, sino con una inteligente evolución de ideas temáticas dentro de una tonalidad extendida en constante desarrollo y con modulaciones inesperadas que llenaron la pieza de intriga. A medida que avanzaba la pieza se sumaban estampas y atmósferas que finalizaron en una cadencia sin preparar. Un lenguaje contemporáneo y conservador que revela la madurez de este compositor y que nos permitió comprobar lo bien que empasta la cuerda de esta orquesta.

Para completar la primera parte, el "Concierto para piano y orquesta nº 17" de Mozart, una obra plenamente clásica, en la que predomina el orden y la simetría en todo momento. Una pieza que formalmente resulta sencilla, pero que precisamente por esta cualidad resulta todo un reto para los intérpretes. Jean-Efflam Bavouzet supo sacarle todo el brillo a la pieza con una ejecución limpia al piano; ágil en los pasajes a solo, imprimiendo peso al tema principal en los momentos precisos. En el segundo tiempo la velocidad dejó paso al sentimiento y el resultado fue realmente emotivo. Magistral.

Tras la pausa, la orquesta al completo se entregó al universo sinfónico de Chaikovski. Ari Rasilainen condujo a la orquesta con soltura, con naturalidad, y todo fluía sin complicaciones, algo difícil de conseguir en una obra repleta de cambios de ritmo, textura, y con un tema recurrente que experimenta todo tipo de desarrollos. El arranque fúnebre, grave y sobrio del primer movimiento pronto ganó color tímbrico, intensidad y brío; el desarrollo también incluye pasajes de vals, característicos de este compositor, y finaliza con un ostinato descendente en los contrabajos que devuelve el tema a su carácter original. Chaikovski da oportunidades para destacar a todos los instrumentos de la orquesta, como el diálogo entre trompa y clarinete del segundo tiempo o la contundencia de la percusión y de toda la orquesta en los forte del cuarto. Esta obra es todo un desafío para cualquier conjunto, pero también una oportunidad que la OSPA supo aprovechar para demostrar su buen funcionamiento como grupo. El público supo reconocerlo y la ovación final fue más prolongada de lo habitual. Chaikovski en manos de la OSPA convence.

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