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Crítica / Arte

Pelayo Ortega y sus iconos permanentes

Cornión expone 18 obras del artista que muestran su identidad personal y algunas de sus obsesiones

Ciertamente Pelayo Ortega (Mieres, 1956) ha vuelto a la galería Cornión, que es como su casa, por las relaciones de amistad que desde hace mucho tiempo le unen con Amador Fernández Carnero, su familia y los montañeros de Torrecerredo. Es la onceava exposición individual que Pelayo Ortega celebra en esta galería que le llevó a la feria ARCO de Madrid. Pues aunque el pintor produce para la multinacional Marlborough en exclusiva desde el año 1998, introdujo en el contrato una cláusula de excepción para seguir exponiendo en la galería gijonesa.

Cuelgan en la galería 18 obras de Pelayo Ortega, de las cuales dos son del año 2010, seis del 2012, dos del 2013 y diez del 2014. El texto que sigue pretende informar al visitante para que pueda hacer una lectura concreta de la mayoría de las obras, a la vez que mostrar cómo el pintor mantiene su identidad personal a través de sus iconos. Y no sólo de sus iconos, pues los grandes pintores ponen su sello en todo lo que tocan, aunque lleven a sus espaldas siglos y milenios de historia pictórica, como es el caso.

"Pintura sustentada blanco y negro" conviene a una lápida de cementerio, con la cruz que expresa el cruce de caminos y las abstracciones no en líneas de pasta espesa, sino en retículas a la manera de PietMondrian, mas o menos. Tal vez una secreta alusión al doloroso trance, aún reciente, del fallecimiento de la madre del pintor.

Por su parte "Pintura sustentada colores quebrados" parece expresar un mapa del mundo sobre las retículas negras. Es una obra para pintores, aquellos que reflexionan sobre el lenguaje plástico. Pues colores quebrados son aquellos (primarios, secundarios o terciarios) que se combinan con su complementario. ¿En qué se sustenta esta pintura? Pues bien, parece que en el placer de pintar. Son un pretexto o excusa para pintar.

La pintura dedicada a Robert Walser (Biel, 1878 - Herisau, 1956) muestra a un paseante solitario que va dejando huellas sobre la nieve. Así murió un 25 de diciembre este escritor y poeta suizo, vagabundo por Europa, recluido contra su voluntad en una clínica psiquiátrica durante los últimos 23 años de vida. Una de sus obras, la novela titulada "Jacob von Gunten", fue publicada en España por Barral (1974) y Siruela (2001). Trata de la vida en un Instituto donde los chavales aprenden a obedecer, para llegar a ser criados sumisos el resto de su vida.

Otra pintura de referencia literaria es El lobo estepario, obra de Hermann Hesse, libro de cabecera y autor de culto en la época juvenil de Pelayo Ortegra y sus amigos de Gijón, como Rodolfo Pico. El escritor suizo-alemán Hermann Hesse (1877-1962) escribió "Bajo las ruedas" (1906), "Demian" (1919), "El caminante" (1920), "Siddhartha" (1922), "El lobo estepario" (1927)y "El juego de los abalorios" (1943), entre otros libros y novelas traducidos a media docena de idiomas. Premio Nóbel de literatura en 1946. El lobo simboliza el carácter agresivo y huraño del protagonista, que camina por la soledad de la estepa, donde no hay caminos. Así se muestra el propio Pelayo Ortega en el díptico de Cornión. A la izquierda, el estudio del pintor con su silla, a la derecha el hombre que camina por la estepa urbana, que acepta su soledad y desarraigo libremente elegidos.

Así es como el icono del paseante, con o sin paraguas, con o sin bastón, inicialmente inspirado en personajes de Nicanor Piñole como alguno de los que aparecen en "La cuesta de Begoña" (1934), viaja fuera del Gijón del alma y se universaliza con referencias a Robert Walser, Hermann Hesse o el gran poeta portugués Fernando Pessoa, a quien le hubiera gustado pasear por Gijón en sus viajes imaginarios.

Otro de los iconos de Pelayo Ortega es el reloj, a veces de arena, pero normalmente de esfera y grande. Como el reloj que luce en medio de la noche en lo alto del Ayuntamiento de Gijón, lienzos de la época de "la provincia oscura", años 1987 a 89. Plaza del Ayuntamiento con sus arcadas pintadas a la manera de los pintores metafísicos italianos, como Giorgio de Chirico. Aquí, en vez del reloj tenemos una variante, La rueda del tiempo, ese tiempo que siempre nos vence y ha de terminar acabando con nosotros y con los proyectos que nos quedan a medio hacer. La rueda del tiempo amenaza al paseante, pero también a las casas de la ciudad y los árboles sin hojas, que pasan el invierno soñando cuándo vendrá una nueva primavera.

Veamos el Taller nocturno del pintor. La luz blanca arriba y la silla en rojo de la esquina inferior, la silla de la reflexión en que se sienta el pintor para continuar su obra, nos indica que estamos ante un cuadro sobre el caballete. Los árboles desnudos, el enlosado de la calle, el paseante con paraguas, son otros tantos iconos habituales y característicos de Pelayo Ortega. Parece que estamos a la vez en un interior y un exterior, como en el Guernica de Picasso.

Toda la noche se oyeron pasar trenes tal vez alude a la novela de José Manuel Caballero Bonald "Toda la noche oyeron pasar pájaros" (Seix Barral, 1981). Pero así como esta novela expresa el desastre, la humillación y la mentira en las relaciones humanas, la obra de Pelayo Ortega celebra su infancia en Mieres, su afición por el ferrocarril que es el medio de transporte que utiliza y prefiere, sus familiares ferroviarios. Bajo un cielo abstracto, vemos tres ferrocarriles de vapor, con sus penachos de humo al viento. Y debajo, tal vez un campo recién arado, pues los mineros de Asturias, sacaban carbón y también cultivaban la tierra. Sin olvidar que el tren aparece en cuadros importantes de Giorgio de Chirico, al fondo de sus famosas plazas.

Con cuatro líneas de pasta gruesa resuelve Pelayo Ortega "La casa del pintor", a la que llega un ciclista que se sienta en la bici como si fuera una moto, pues sólo se le ve una pierna. Por la cumbrera del tejado camina el gato de la casa. Que si el perro es de su dueño, el gato es de la casa, del barrio. Y Pelayo Ortega es pintor de barrio. Sus personajes no pasean por grandes y lujosas avenidas, sino bordeando esquinas humildes de una ciudad siempre la misma, pues no en vano fue de los primeros contemporáneos que editó un libro con pinturas de Gijón. Ahora Pelayo Ortega se puede permitir un estudio amplio y luminoso, con vistas al mar o a la montaña, y en el lugar que prefiera. Pero durante años trabajó en estudios pobres pero alegres, como el mismo titula uno de sus obras ("La habitación del pintor pobre y alegre", 1996, donde conviven reloj, silla, paraguas, paleta y cuadro). En este sentido La casa del pintor en el desierto es otra cosa más personal e íntima. Una especie de casa ideal que conjuga la reverberación de la luz, el alejamiento del mundo propio de los antiguos ermitaños y la palmera que sube y crece y vive mientras su dueño sienta el placer de pintar.

¿Y qué decir de la Estación? En nuestra ciudad hubo este año 2015 cerca de veinte exposiciones o eventos fotográficos. Los fotógrafos terminarán entrando en los grandes museos del mundo mundial. Pero eesta obra de Pelayo Ortega, la estación del ALSA en Gijón, obra racionalista del gran arquitecto Manuel del Busto, inaugurada en 1941, prima lo pictórico sobre lo fotográfico, por más que el cuadro se inspire en una foto de los años 60 del siglo pasado. Y es que para nuestro pintor, la fotografía no compite con la pintura, sus objetivos, sus papeles, son distintos. La fotografía, como sucedió desde sus inicios a mediados del siglo XIX, retrata la realidad y guarda la memoria histórica de personajes y acontecimientos, a la vez que. estimula al pintor y le obliga a hacer imágenes que una cámara no puede captar en la realidad pura y dura.

Otra pieza singular es la veleta, con el hombre del paraguas y las nubes de la lluvia, además de elementos funcionales, como el anemómetro y los puntos cardinales.

Digamos para terminar que todo lo expuesto por Pelayo Ortega en Cornión gira en torno a la pintura en sí misma.

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