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Gaspara

Cabalgatas navideñas que hacen hueco a las "reinas magas"

Toda mi vida adulta he envidiado secretamente a quienes encarnaban a los Reyes Magos en la cabalgata de mi ciudad. En realidad, ha sido un secreto a medias porque un día le hice la confidencia al bueno de Dioni Viña -cuya misteriosa simbiosis de empaque regio y alma de playonos brindó un rey Gaspar que forma parte ya de nuestra historia local- y, aparte de la chispa húmeda quese le ponía en los ojos siempre que evocaba la tarea mágica, se rió sonoramente y me contestó con un críptico "bueno, algún día".

A mí aquella respuesta me escoció un poco, la verdad, como lo hacen las frases piadosas dichas a sabiendas de que nada hay que hacer al respecto de un deseo ajeno imposible. Pero la he tenido que reinterpretar estos días al saber que Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, ha dado el visto bueno a que dos de las cabalgatas locales tengan "reinas magas", al menos una en cada desfile. Resulta que las palabras de nuestro tierno Gaspar no eran caritativas sino proféticas aunque creo que ni él mismo lo hubiera imaginado... ¿o sí?

Hay ayuntamientos -como el nuestro- que encomiendan a dedo esta delicada tarea hasta el punto de que la ceden casi de manera vitalicia. Puede que barajen nombres para un eventual recambio por razones de fuerza mayor pero se mantienen leales al tres inicial.Como yo me he hecho mayor con ese enfoque y he criado a mis pezqueñines -hoy universitarios- en esta línea continuista, le he encontrado muchas ventajas. En esencia, la coherencia de cada mago en su saber hacer, la forma de comportarse en la distancia corta con los críos o de dar el discurso final desde el balcón consistorial. Mis hijos ya sabían de qué pie cojeaba cada uno y eso le dio una autenticidad y un sabor local que yo siempre agradecí. Eran los Magos, sí, pero además eran "nuestros" Magos.

Otros municipios sacan a concurso la cabalgata para adjudicarla a la empresa de eventos que haga una propuesta más atractiva y en el pliego de condiciones detallan las exigencias mínimas para encarnar a los protagonistas, una de ellas es que han de ser hombres, claro. También los hay que organizan un sorteo ante notario entre todos los vecinos varones que sueñan con el manto de armiño por un día. Son fórmulas quizás más democráticas y transparentes que bien están si bien acaban.

Mención especial merece el caso extraído de la era del despilfarro-no puedo resistirme a contarlo por lo exótico y porque apoya mi tesis- de la Federación Española de Baloncesto que se gastó 45.000 euros para que su presidente, José Luis Sáez, fuera Rey Mago en la cabalgata organizada en 2008 por el Ateneo de Sevilla. Se enmarcó en los gastos de promoción del Campeonato de Europa de Baloncesto pero creo que tanto ustedes como yo comprendemos el trasfondo simple del asunto: el hombre rabiaba por ser rey.

Porque, en resumidas cuentas, ser Mago ha sido hasta la fecha cosa de hombres, escogidos a dedo, por sorteo o en casting, pero varones. Y por primera vez alguien se cuestiona la verdad mayor. Haciendo abstracción de esa quimera mía que les he confesado en el primer párrafo y una vez superado el desconcierto inicial que me ha generado la noticia, he de decirles que estoy expectante ante el resultado de la iniciativa.

Nos han contado la historia de una manera -de cuatro, en realidad- y con alguna modificación añadida, interpretación, clarificación y modernización, ha llegado a nuestros días. Quizás debamos preguntarnos si el cambio perjudica en algo su esencia y, por el contrario, en qué la puede enriquecer. Tal vez, como en tantas otras cosas, la resistencia está en el mundo complejo e inflexible de los mayores porque puede que niños y niñas acepten con esa desarmante naturalidad suya la nueva versión de lo mismo. Una versión más parecida a su realidad de ahora.

He decidido, por tanto, aceptar esta reinterpretación de la tradición navideña con mente abierta. Y, ya puestas, echar a volar mi imaginación y -con permiso de Dioni y de Miguel- soñar con levantarme en un futuro una mañana con la tarea de ser en mi ciudad Gaspara por un día.

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