La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Psicóloga

Gracias

Los apoyos vitales para salir victoriosa de un año de crisis personal

No ha sido el mejor de mis años. No lo ha sido. He llegado al límite como tantas veces me habían advertido, mi cuerpo y mi mente dijeron basta. El año pasado por estas fechas yo estaba pasando quizás una de las vacaciones de Navidad peores de mi vida. La espera y la incertidumbre me matan, me deshacen, me recuerdan, ustedes lo saben, a esa larga agonía que viví con quienes no llegaron a conocer a sus nietos tan cerca de estas fechas... Esperar, no saber... ellos no llegaron a conocer a sus nietos y yo estaba convencida de que yo tampoco lo haría. Pero aguanté, porque era lo que debía hacer y una vez que todo se arregla es cuando uno se rompe. Y yo me rompí en mil pedazos. No podía, no resistía más dolor, más llantos, más problemas. Me dijeron que tenía que parar, que descansar, que no podía seguir con el mundo a mis espaldas. Y creo que lo hice. Pero me ha costado.

Llevaba muchos años aguantando. Sin parar ni un sábado ni domingo de trabajar y habían pasado muchas cosas: la pérdida de la abuela de mis hijos, la de un amigo a quien recuerdo constantemente, problemas laborales, personales, familiares, lloraba pero seguía, día y noche consolando las lágrimas ajenas y tragando las propias y entonces pasó. Primero me avisó mi cuerpo y los médicos me lo dijeron y luego ya no quería seguir luchando como antes, no podía simplemente. Me dejé llevar por la desesperanza y especialmente por el miedo. Miedo irracional a no disfrutar de todo lo bueno que tengo precisamente porque no tenía tiempo para apreciarlo.

Pero esta reflexión no es para mirar atrás, sino para este año que comienza. Hoy tengo que dar gracias. Gracias a pesar de este año en el que no he sido yo, porque ya empiezo a serlo. Porque comienzo a ver las cosas distintas, y porque llegó ella, sana, maravillosa, el sueño de mi vida... esa, cuyos ojos verdes como los de su padre y su abuelo, hacen que llore de felicidad cuando nos miramos, porque por fin ahora la disfruto a ella y a sus padres, a mis hijos, en torno a mi mesa la última noche del año. Gracias Dios por tenerlos a todos, porque sé que me quieren, cada uno a su manera, y sobretodo porque hemos criado unas maravillosas personas que se han unido a otras iguales. Eso queríamos su padre y yo, que se unieran a personas buenas, para ser felices. Por eso ahora tengo 6 hijos a los que adoro. Y gracias a él, a mi chico como se dice ahora, porque para mí lo sigue siendo, como hace 35 años... él que me ha aguantado todos estos meses, teniendo siempre su hombro para llorar, o para refugiarme en su regazo porque necesitaba que fuera también mi padre, mi amigo, mi marido y todo. Y ha estado, como siempre. Y gracias a ellas, mis hermanas, que me han aupado cada una cómo ha podido, pero siempre presentes. A Susi y a Ana, especialmente porque han llevado el peso de mi clínica con todo el amor del mundo, prohibiéndome a veces, ¡cuantas!, asomarme por allí, dejando que diera mis conferencias para cambiar de ambiente. Gracia a ella, a Carla, mi amor, que ha sentido mi ausencia, pero que sabe que es mi nieta mayor, aunque no sea biológica y que siempre lo será. Gracias a mis amigos de siempre, los de hace 40 años, porque han entendido mis ausencias y alegrado mis noches. Gracias. A mis nuevas amigas con las que paso noches de vino y rosas, con las que bailo y me siento joven. A mis amigas de la pelu, ese sitio al que voy a relajarme y en el que tantas veces llego rendida y vuelvo victoriosa, querida y mimada. Ellas saben mis secretos porque son mis confidentes. A mis niñas de la farmacia, a la que tenía que acudir cada poco y que tanto tanto me hacen reír, con mis lorzas y sus risas. Gracias por eso a la vida. A esta maravillosa vida, que para mí empieza otra vez este enero.

Compartir el artículo

stats