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Tierra ha abandonado el grupo

Empeñados en la mirada cortoplacista y local, nos sorprende la evidencia del anunciado cambio climático

Me cuenta mi amigo Amador, teleco enamorado de la causa astrofísica, que en una conferencia sobre el futuro del cosmos un experto pronosticaba la explosión final del Sol en unos 5.000 millones de años; al finalizar su charla se le acercaron unas ancianitas muy alarmadas pidiéndole que les confirmara su estimación y cuando comprobaron que los 5.000 eran "millones de años" y no "años" a secas se fueron mucho más aliviadas.

Por un momento se habían puesto en lo peor, aunque a lo peor no llegarían vivas en ningún caso, por mucha crema antirradicales libres, prótesis de titanio, baños de septiembre, parches, barros y yerbas que se procuraran. Es igual, una está acostumbrada a identificar el universo con infinitud y desarbola que alguien le ponga fecha de caducidad en nombre, además, de toda la comunidad científica. Eso da vértigo incluso a los nonagenarios.

A Enrique Fernández, catedrático de Física Atómica de la Autónoma de Barcelona no se le acercó -que yo sepa- ninguna ancianita atribulada a pedir aclaraciones tras su reciente y oportuna charla en el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón, invitado por la Asociación de Antiguos Alumnos del Instituto Jovellanos, pero ya era suficientemente elocuente y metía más miedo lo que habíamos dejado fuera: rachas de viento huracanado, picos de contaminación atmosférica, media Asturias en llamas y una insólita y silenciosamente inquietante primavera en Navidad. A veces el presente tiene sabor anticipado a fin de los tiempos.

Es verdad que 2015 se ha ido y deberíamos estar haciendo balance de ejercicio político, económico, cultural y social, pero se fue en medio de tal sensación de irreversibilidad natural que el fin del bipartidismo, el cansino vodevil catalán o, en el colmo de lo local, el crispante caos semafórico que llegó a haber en nuestra ciudad por la huelga del personal de mantenimiento, se antojan minucias irrelevantes frente a temores planetarios como sequías, inundaciones, ciclones, deshielos, especies invasoras, extinciones, subida del nivel del mar? amenazas que se han quedado sin negacionistas porque es evidente que ya están aquí.

Les aclaro para darles contexto global al tema: el cosmos se expande a una velocidad notable, mayor incluso de lo esperado -ha detallado Enrique Fernández en su conferencia- de manera que como los límites de nuestro universo no se conocen pero se sabe que es muy joven -tiene sólo unos 15.000 millones de años- más nos vale asumir nuestra paulatina soledad galáctica, entender lo difícil que hará encontrar cerca un planeta mínimamente parecido a la Tierra y bajarnos de la burra de este desdén que tenemos con ella.

Puede dar la impresión de que a nuestros astrofísicos les resulta poco significativo en sus investigaciones el calentamiento global en la Tierra. Lo que ocurre es que su mirada es cósmica mientras nosotros -Copérnico, Galileo, Newton y Einstein después- seguimos instalados en el antropocentrismo: nos culpamos por destruir la Tierra con nuestra desbocada actividad humana pero lo cierto es que ella permanecerá hasta que el Sol reviente como una estrella roja y la arrastre con él en su estallido, lo que es mucho más dudoso es que nosotros aguantemos hasta entonces, antes habremos hecho un mutis por el foro al más puro estilo dinosaurio. En otras palabras, atentamos contra nosotros mismos, la Tierra se queda.

Es una cuestión de matiz pero captarlo quizás nos ayudaría a comprender nuestro estado de emergencia. Empeñados como estamos en levantar frontera y asegurarnos nuestro confort a este lado, somos incapaces de elaborar otro diálogo con el planeta que nos cobija. Acabaremos cayéndole mal y abandonará el grupo, pero seremos nosotros los que tendremos que irnos aunque sea a ninguna parte.

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