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La torre de mi pueblo

La presencia femenina en la Iglesia

Hay que encontrar las formas y espacios adecuados para que el carisma de la mujer se exprese y tenga capacidad de decisión

Se necesitan ampliar los espacios de la presencia femenina en la Iglesia porque el genio femenino es indispensable tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales, reconoce el Papa Francisco en su exhortación apostólica "La alegría del Evangelio" (Evangelli Gaudium). Esta semana ha tenido eco una decisión que, a primera vista, puede parecer nimia y de poca importancia pero que en el Papa Francisco tiene valor de gesto indicativo. En su misión de renovación de la Iglesia está explícitamente dignificar la responsabilidad y misión de la mujer, de la que reconoce que "las reivindicaciones de sus legítimos derechos, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente".

La novedad que se ha publicado esta semana pone de manifiesto que no olvida sus propósitos. Tomó la decisión de que en el lavatorio de los pies de la misa del Jueves Santo, que recuerda lo que hizo Jesús, el Señor, antes de comenzar la cena con sus discípulos y que hasta ahora estaba reservado, según lo prescrito por las normas litúrgicas, solo para varones, puedan participar también mujeres: "Después de una atenta ponderación? he llegado a la deliberación de aportar un cambio?, a partir de ahora, los pastores de la Iglesia pueden elegir a los participantes en el rito entre todos los miembros del Pueblo de Dios". El mismo Papa, en la carta que dirige al cardenal prefecto del Culto Divino, le da la explicación: "para que exprese plenamente el significado del gesto realizado por Jesús en el cenáculo. Su donarse "hasta el fin" para la salvación del mundo, su caridad sin límites", escribe.

Es sabido que el obispo Jorge Bergoglio solía celebrar en Buenos Aires el Jueves Santo en cárceles, hospitales y villas miserias y que, en el pequeño grupo con que rememoraba el gesto de Jesús, hubo siempre alguna mujer joven o mayor. Para él, el significado estaba por encima del rigorismo de la rúbrica del misal. Crítica y ríos de tinta hizo correr cuando, una vez elegido Papa, tomó la decisión de seguir su costumbre porteña celebrando el Jueves Santo no en la basílica de San Juan de Letrán propia del obispo de Roma, como sus antecesores, sino en la cárcel romana de menores Casal de Marmo. Allí, arrodillado, lavó los pies, se los secó y los besó a doce jóvenes, entre ellos a dos chicas y, para más sorpresa escandalizadora, una de ellas musulmana. La Semana Santa siguiente lo celebró en el Centro de discapacitados Santa María de la Providencia, sin atenerse a la regla de sexo y religión, y el año pasado en la cárcel de Rebibbia, en la afueras de la ciudad, con seis varones y seis mujeres. Una de ellas ecuatoriana con el niño en los brazos, al que también le tocó el agua purificadora y el beso en los pies. Los celosos del rito y los puritanos de costumbres y tradiciones no ocultaron sus comentarios murmuratorios como si las formas fueran más importantes que el significado y el contenido.

El debate y clarificación de la función y la misión de la mujer en la Iglesia, que en algún momento pudo parecer fruto de la moda feminista, hoy es vital en la Iglesia, como lo es en la sociedad. La igualdad complementaria, además de ser un dato bíblico -"hombre y mujer los creó"- es una necesidad evidente que pertenece al derecho y a la igualdad. Aquí es donde yo veo la gran intuición del Papa Francisco al decir que a la Iglesia, que es madre y donde lo materno tiene un simbolismo tan entrañado, le falta el "genio femenino". Predomina a todas luces el papel y el protagonismo del varón, amparándose en que Jesús fue varón. Nadie puede negar que en el Evangelio el comportamiento de Jesús con las mujeres rompió moldes culturales de su tiempo y que estos, a su vez, condicionaron las estructuras en las que fueron cristalizando las estructuras y formas de vida de la iglesia. Como le dijo Francisco a los periodistas en el viaje de vuelta de Rio de Janeiro: "Una iglesia sin mujeres es como el colegio apostólico sin María? la Virgen es más importante que los apóstoles. Hay que hacer una profunda teología de la mujer".

Veo que son cada día más los que detectan que la crisis de vitalidad e imaginación para una Nueva Evangelización está en la situación secundaria de la mujer en la Iglesia. Falta su carisma en las decisiones importantes. No se trata de una clericalización de la mujer, ni de una lucha de poder porque la autoridad en la Iglesia se ha ligado al sacramento del orden. Se trata de encontrar los espacios y las formas adecuadas para que el carisma femenino se exprese y tenga parte en la autoridad y capacidad de decisión. Que la mujer pueda ofrecer y aportar, en línea de complementaridad, lo que el varón no puede ofrecer.

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