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Crítica / Arte

Joaquín Barón, pintor ecléctico

El mundo de máscaras, muy acorde con los días de Carnaval, de un pintor de Ciudad Real de paso en Cornión

Joaquín Barón Díaz nació en Ciudad Real (1970), pero vive en Albacete. Es licenciado en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid. Luego se graduó en la Colonial White High School de Dayton (Ohio, USA) y obtuvo beca Erasmus de postgrado en la Hochschule für Bildende Künster de Hamburgo (Alemania). En 2004 creó la empresa Casa de Pájaros, dedicada a teatro profesional y servicios culturales, que ha producido hasta hoy nueve espectáculos teatrales. En el año 2014 entró en la nómina de los pintores de Marlborough, mostrando su primera exposición durante el otoño en la sede de Madrid, calle Orfila 5, titulada "Humanos". En la nómina de Marlborough hay grandes artistas españoles, algunos consagrados hace tiempo, como Antonio López, Martín Chirino, Manolo Valdés, Juan Navarro Baldeweg, Luis Gordillo, Juan Genovés y Francisco Leiro, la mayoría de ellos bien conocidos en Asturias. Y otros más jóvenes y menos conocidos por estos lares, como el santanderino Sergio Sanz Villar o el pamplonica David Rodríguez Caballero, que expuso no hace mucho tiempo en Aurora Vigil-Escalera. A los que hay que añadir los asturianos Pelayo Ortega, Pablo Armesto, Tadanori Yamaguchi (con notables obras en el jardín del Museo Evaristo Valle) y Hugo Fontela. Marlborough tiene cuatro sedes en Nueva York, tres en Londres y una en Madrid, Barcelona, Montecarlo y Santiago de Chile.

La muestra gijonesa de Cornión contiene cuatro esculturas en bronce, 28 dibujos a tinta sobre papel, cuatro obras de la serie "chocolate y leche", en blanco y negro, a técnica mixta sobre lienzo, y otros 10 cuadros a color, también a técnica mixta sobre lienzo. Lleva por título "Paralelos" y parece referirse a los mundos o universos que discurren a nuestro lado y requieren ser salvados del olvido, valorados y conocidos por nosotros. En el catálogo el nombre de Barón aparece directo e invertido, tal vez como ejemplo de tales mundos paralelos. Mundos en que participa tanto la escultura como la pintura, pues según Joaquín Barón "el artista tiene que ser multidisciplinar. Un artista tiene que ser global, saber de fotografía, dibujo, escultura y pintura". No quiere discriminar o minusvalorar unas técnicas artísticas frente a otras, unos soportes frente a otros, antes todos le interesan y con todos se queda. Concluye diciendo que, sin embargo, "muchas veces los pintores a lo que dedicamos más tiempo es al dibujo, porque tenemos que trabajar muchos bocetos e ideas".

Puestos a intentar definir o clasificar la pintura de Joaquín Barón, tenemos que empezar diciendo que en la segunda mitad del siglo XX, a partir de la II Guerra Mundial, las vanguardias europeas como el cubismo, el expresionismo, el surrealismo y la abstracción, sufrieron un doble proceso, por un lado de adaptación y florecimiento en diversas culturas del planeta, y por otro de mutua hibridación o mestizaje. Tal sucede con Joaquín Barón y los "bellos monstruos" presentes en su obra, que recoge elementos de distintos estilos o corrientes. Podríamos decir que en los iconos o imágenes recurrentes de Joaquín Barón hay un toque de arte pop, que recuerda esos anuncios con múltiples objetos que a veces aparecen en la tele. Hay también un toque grafitero, propio de la cultura de los barrios pobres de Nueva York, que nos hace pensar en Basquiat, tanto por las máscaras como por la gran concentración de figuras sobre un fondo de colorido denso. O en Keith Haring (1958-1990), también grafitero neoyorquino, muerto joven de sida, cuya escultura del "Perro rojo" (1985) en Ulm (Alemania), recuerda los cocodrilos y otros animales de Joaquín Barón. Hay igualmente en las obras de Joaquín Barón un toque surrealista, especialmente en el tratamiento de las mujeres embarazadas, que llevan el niño como expuesto en un útero convertido en caja-escaparate, sea redonda o cuadrada. Entre los iconos de Barón podemos señalar los ojos; las botellas en las que asoman rostros humanos o los rostros humanos que adoptan como propio el cuello de frascos o botellas; la espiral en que se convierten rostros, orejas u ombligos; los humanos de brazos y piernas reducidos a la mínima expresión; la escasa diferencia entre varones y mujeres, salvo que ellas estén preñadas o con senos turgentes de amamantar al bebé; los animales de dibujo rectangular; el sol o las cabezas humanas que parecen emitir restos de su combustible energético a través de chimeneas. Y así sucesivamente. Como un cielo bien visible y lleno de estrellas que forman diferentes figuras según épocas y civilizaciones, así Joaquín Barón no desaprovecha un trozo de tela, por extraño o difícil que sea su contorno, para introducir alguna de sus figuras. Tal tendencia se conoce como "horror vacui", horror al vacío, relleno de todos los espacios posibles.

En resumen: un pintor que bebe de muchas fuentes, un mundo de máscaras e ilusiones adecuado al Carnaval.

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